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Juan R. Gil

«No one»

La ausencia de liderazgos y, por tanto, de interlocutores, está pasando una onerosa factura a Alicante, una provincia cada vez más al margen de la acción política de la Generalitat Valenciana o de la Administración central

Leí por ahí este verano que Maisie Williams, la actriz que encarna a la hija pequeña de los Stark en la popular serie Juego de Tronos se había tatuado las palabras «No one» en recuerdo, ahora que el culebrón más exitoso de la historia de la televisión llega a su fin, de algo que le pasa a su personaje y que no desvelaré para no fastidiar a quienes aún no hayan visto esta ficción de odios eternos y luchas por el poder que tanto le gusta, según confesión propia, a Pablo Iglesias. Y enseguida pensé: ahí está la solución. Si queremos empezar a salir de este atorramiento que padece Alicante, debemos comenzar por sincerarnos. Cambiar la señalética en las carreteras, en el aeropuerto, en el puerto... Que cuando alguien llegue a este territorio no vea Alicante en los indicadores. Que ponga lo que tiene que poner y así esté informado. «No one». En vez de Alicante, «Nadie».

Lo he dicho ya alguna vez, pero no me importa repetirlo a ver si cala. Hubo un tiempo en que cualquier ciudadano medianamente informado era capaz de nombrar, al menos, a los alcaldes de las cabeceras de comarca. Mezclo mandatos distintos, pero a conciencia. Se sabía de Pepe Lassaletta o de Ángel Luna, incluso de Alperi en su primera legislatura en Alicante; de Pepe Sanus en Alcoy o de Francisco García Ortuño o Luis Fernando Cartagena, en Orihuela; de Manuel Catalán, de Zaplana o de Pérez Devesa en Benidorm; de Ramón Pastor, de Manuel Rodríguez o de Diego Maciá, en Elche; de Jaume Sendra o de Sebastià García, en Dénia; de Roberto García Blanes o de Juan Pascual Azorín, en Elda. No digo que los conocieran los vecinos de sus municipios: recalco que eran nombres comunes para los alicantinos, vivieran donde vivieran. Porque no se limitaban a gestionar sus municipios, que ya habría sido bastante comparado con lo que en general sufrimos hoy, sino que participaban activamente del debate público de los grandes temas no sólo en el ámbito provincial, sino también en el de la autonomía.

De eso, de aquellos alcaldes, fueran del partido que fueran, que tenían voz propia y opinión en todos los asuntos que afectaran a la provincia, y peleaban aquí, en Valencia o en Madrid, hemos pasado a la situación actual en la que no creo que nadie sea capaz de acertar más de dos nombres, en muchos casos ni siquiera uno, si un encuestador le pregunta por el alcalde; donde tenemos alcaldes por casualidad, alcaldes por descarte, alcaldes que van al Ayuntamiento como el que va con desgana a la oficina: a cumplir y pasar el día, alcaldes que cuando reciben a algún dirigente de su partido no lo hacen para reclamarles, sino para rogarles clemencia, alcaldes que no tienen ningún plan para su pueblo, pero tampoco les importa lo que ocurra en el resto. Cómo estaremos, que el PSPV, el partido que preside la Generalitat, va a tener, al paso que va, que hacer un sorteo para designar a su candidato a la Alcaldía de Alicante, mientras que en el PP, el partido que sigue siendo el más votado, después de haber perdido con justicia la Alcaldía y haberla recuperado por retruque, ha empezado la guerra sucia, vídeo va anónimo viene, pero no contra los rivales, sino contra sí mismos. Por no hablarles de la Diputación, que tuvo presidentes que hicieron hospitales, carreteras, colegios, museos, auditorios... Que no precisaban cambiarle el nombre a la institución para llamarla, de forma tan pomposa como vacía, «gobierno provincial», simplemente porque ejercían como tal de verdad, sin necesidad de marketing. Ardo en ganas de conocer el balance que «el gobierno provincial» va a presentar de esta legislatura y en qué va a quedar si quitamos pleitos, campeonatos de golf, viajes duplicados, exabruptos y cosméticas varias.

Pero sería injusto limitarse a los políticos. Hubo un tiempo en el que la Cámara era un poder temible y Coepa otro. En el que también sabíamos los nombres, no ya de sus presidentes, sino hasta de sus ejecutivas. Sé que no se lo van a creer, pero hubo un tiempo incluso en el que en Alicante existió un lobby de empresarios trabajando para su propio beneficio, claro, pero que también defendía el interés general. Se llamó Club de Inversores y nació, creció y, desgraciadamente, murió cuando en Valencia ni siquiera imaginaban fundar ese clan tan exitoso llamado AVE. Lo que ahora tenemos son entidades empequeñecidas, cuyas cúpulas sólo tienen dos afanes: pelearse entre ellos dentro y disparar contra todo lo que se mueva fuera. Ni más ni menos. Que se lo digan a José Juan Fornés, el empresario de Pedreguer que controla la cadena Masymas y que acaba de entrar tan por los pelos en la Cámara que hasta el último momento no supo si le iban a dejar en ridículo rechazando su candidatura y no pudo respirar hasta que la secretaria general de Hosbec, la patronal hotelera, Nuria Montes, le cedió el paso. Por no citar los duros enfrentamientos entre los vicepresidentes de la Cámara que se producen cada vez que se reúne su comité ejecutivo. En esa situación, ¿cómo va a ser creíble, cómo va a tener el mínimo eco el discurso que haga el actual presidente, Juan Bautista Riera, el próximo 25 de octubre en la Noche de la Economía Alicantina?

Coepa, como saben, ya no existe. No murió sola: la mataron entre todos. En su lugar, ahora hay una cosa que no se conoce aún ni lo que es ni para qué va a servir, denominada UEPAL, que no tiene ni sede en Alicante, ni representación en Madrid, y la autonómica CEV, cuyo presidente, Salvador Navarro, ha recorrido la provincia de cabo a rabo innumerables veces, ha conseguido incorporar a su patronal a las organizaciones sectoriales y las empresas más importantes, y que sin embargo sigue sin poder dar por pacificado este territorio, que se ha acostumbrado a funcionar como en el Far West: a tiros.

La CEV acaba de nombrar al que para algunos no es más que un delegado en Alicante y para otros es el hombre que debe culminar una integración auténtica, pacífica y que respete el peso de cada territorio (no solo de cada sectorial o de cada empresa individualmente tomada) en la patronal autonómica. Se trata de Perfecto Palacio. UEPAL, por su parte, se ha puesto en manos de otro joven veterano, Juanjo Sellés. En privado, ambos hacen un discurso muy parecido sobre cuáles deben ser los objetivos de los empresarios alicantinos. En público, ambos padecen el mismo mal: las malas compañías. De que sean capaces de funcionar con autonomía respecto a quienes desde atrás alientan los enfrentamientos dependerá que sobrevivan y sirvan para algo más que para revolver el mísero patio de colegio en el que nos hemos convertido. De eso, y de que se den cuenta de que, queriendo lo mismo, han cogido caminos equivocados. Palacio pretende que Salvador Navarro reduzca su presencia en Alicante, cuando lo que necesitamos es lo contrario: que siga echando horas en esta provincia hasta que no distinga fronteras. Sellés quiere dar la batalla por Alicante en Alicante, cuando donde hay que hacerse hueco es en Valencia. Y de sociedad civil, ni hablamos. La última iniciativa para luchar por las necesidades de la provincia, que bautizaron Proa, va camino de quedarse en tertulia de casino.

El rector Palomar protagonizó un acto el viernes en el que, además de responder con un rotundo «rotundamente, no» a la pregunta de si sería candidato del PSOE, habló de cosas verdaderamente trascendentes: la relación entre las universidades, la justificación de una segunda facultad de Medicina o las dudas sobre cómo van a incorporarse las distintas instituciones, entre ellas las propias universidades, al proyecto anunciado del distrito digital, de lo que nada se sabe. Entre los 160 asistentes, apenas había algún político. De ningún partido. Como si ya nada importara a quienes tienen que gestionar.

Y es que, por no tener, no tenemos ni gobierno. Es una forma de hablar, claro, pero me explico: tenemos, eso sí, un presidente, Ximo Puig, que como todos sus antecesores empezó por prometer vertebración («coser la Comunitat», en su caso) y como todos ha acabado confundiendo acción política con kilometraje. Como si la cosa fuera «venir» a Alicante, en lugar de gobernar «con» Alicante. Y tenemos un conseller «de distrito», Manuel Alcaraz, que lo mismo está para una romería que para sustituir a Marzà en los actos académicos. No tenemos un gobierno entero, como cualquiera, no sabemos nada de la mayoría de los consellers ni ellos saben nada de esta tierra, que no entienden y les aburre soberanamente, lo primero por culpa de ellos y lo segundo por culpa nuestra. Y no es de extrañar la situación, puesto que aquí no hay liderazgos y, por tanto, no hay interlocutores. Lo dicho, «No one». Nadie. Lo malo es que esto no es una serie.

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