En menos de dos años he logrado más cosas que casi ninguna otra Administración en la historia de nuestro país», pontificó Donald Trump. Y al mundo le dio la risa. Los representantes de todos los Estados del mundo se echaron a reír, como quien oye un chiste. Cuando desde la tribuna de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente del país más poderoso del mundo lanzó el autobombo fue el hazmerreír del mundo, si no fuera por lo dramático. Y les dio la risa, «no me esperaba esta reacción, pero está bien», se resignó Trump. Y es que es su mundo. Que al mundo le dé la risa cuando habla de sus logros no se entiende desde su mundo, porque el mundo del hombre más poderoso de este mundo es otro mundo. Es otro mundo paralelo, el problema es que sus armas y su poderío son de este mundo.

Llegó tarde, se le había pasado el turno para intervenir ante el mayor foro mundial que es la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero le dejaron - ¿quién no?- y contó su realidad, tal y como él la ve, atacó el globalismo, los pactos multilaterales, que consideró amenazas a la soberanía nacional y al patriotismo. «Rechazamos la ideología de lo global y abrazamos la doctrina del patriotismo». Y, en un arrojo de misticismo lírico se lanzó al plural mayestático, impostado y empalagoso. «Escojamos -dijo- juntos un futuro de patriotismo de prosperidad y orgullo... Dejad que vengamos aquí a representar a nuestros ciudadanos, a nuestras naciones, siempre fuertes, siempre soberanas y siempre agradecidos a la gracia, la bondad y la gloria de Dios». «América siempre elegirá la independencia y la cooperación por encima de la gobernanza global, el control y la dominación». «Estados Unidos no os dirá cómo vivir o rezar. Nosotros sólo pedimos que nos rindáis el honor de devolvernos nuestra soberanía».

Tendría gracia si la perorata no la dijera el hombre más poderoso del mundo, quien dice elegir la cooperación por encima del control y la dominación; quien no nos va a decir cómo vivir; y nos «pide» que le devolvamos la soberanía. El que con sus hechos y decisiones desprecia la Corte Penal Internacional negándole legitimidad; el que ha abandonado el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, «porque es un escudo para abusadores de esos derechos mientras insultan a América y sus aliados»; el mismo que anunció que va a reducir al 25% el presupuesto de los cascos azules, las fuerzas de paz de la ONU, porque «recibimos poco a cambio», y eso siempre que los países que se beneficien tengan «nuestros intereses en sus corazones». Es el mismo Trump que anima golpes de Estado militares en Venezuela; el que promueve una guerra comercial suicida con China, mientras le acusa sin aportar pruebas de inmiscuirse en las elecciones norteamericanas; el que también ha despreciado el Tratado de París sobre el cambio climático lo que, como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Gutiérrez, es una amenaza existencial para la humanidad; el que desprecia e incumple los pactos multilaterales con Irán sobre la proliferación de armas nucleares. El mismo Trump que habla de la paz en Oriente Medio mientras permite asentamientos en Palestina, reconoce la capitalidad de Jerusalén, y apelando a la doctrina de los dos Estados, lo que defiende es un Estado confesional israelí y la integración de los palestinos de Cisjordania en el Estado jordano. Todos los nacionalismos colocan al resto de la humanidad en segundo plano, y subordinan los intereses genéricos a los patrióticos. Son dos mundos. El mundo de la oratoria y el de los hechos divergen y se contradicen. Es la paranoia de los poderosos.

El mundo espera con impaciencia las elecciones norteamericanas de noviembre para ver si cambia la mayoría parlamentaria y prospera el «impeachment». No me gusta, ni me parece legítimo el artículo del grupo de «resistentes» en la Casa Blanca; y menos lo que hacen tratando de «contener» las decisiones del presidente legítimo, como es Trump. Por mucho que a algunos de sus más próximos colaboradores no les guste, sus opciones son irse o quedarse y obedecer al inquilino de la Presidencia. O, promover, como algunos de sus conciudadanos barruntan, la declaración de incapacidad. Lo otro es ilegal. Y ni aquí ni allí, ni en el siglo XX, ni ahora, me gustan los salvapatrias. Ni los artículos anónimos, aunque lo publique The New York Times.