La película tenía un guion inmejorable, pero la cagó el director de casting. El argumento no podía ser más atractivo: los partidos progresistas dejan a un lado sus profundas diferencias y se ponen de acuerdo para sacar del poder a un PP asfixiado por los casos de corrupción, por una política social con una fuerte contestación callejera y por la grave crisis territorial de Cataluña. Se elige a un elenco espectacular de estrellas de la política para darle fuerza a la historia y a partir ahí? a triunfar. ¡Pues, no! En vez de por un camino de rosas, el Gobierno socialista de Pedro Sánchez se ha visto obligado a transitar por un surrealista campo minado en el que las minas se las han puesto ellos mismos. Dos ministros dimitidos en dos meses y una tercera ministra a la que el culo le empieza a oler a pólvora es un balance preocupante e inédito en la historia de nuestra democracia. Alguien debería de haber puesto ya de patitas en la calle al responsable de la elaboración del reparto de actores de esta superproducción. Lo de este hombre no tiene perdón de Dios.

A los que hemos aprendido de política viendo películas y series americanas, siempre nos ha sorprendido el durísimo proceso de selección que establecen los yanquis a la hora de escoger la persona que ostentará un cargo importante en la administración. Nada más salir el nombre del interfecto, se pone en marcha un comando de implacables investigadores de su propio partido, que se encarga de hurgar hasta en los aspectos más íntimos de su biografía. Se trata de saber si el candidato se escaqueó de la guerra del Vietnam alegando pies planos, si se fumó un par de canutos en una fiesta de su hermandad universitaria de Yale o si dedicaba los fines de semana a quemar cruces de madera con una cuadrilla de amigachos encapuchados del Ku Klux Klan. Son investigaciones preventivas con las que se intenta evitar que la oposición convierta en una masacre el nombramiento de alguien que tenga alguna zona turbia en su pasado. Es la aplicación política del aquel viejo precepto que aconseja que en caso de duda, lo mejor es curarse en salud.

Queda claro que en la sala de máquinas del Palacio de la Moncloa no hay ningún aficionado a las series americanas. Un ministro de Cultura dimitido en cuestión de días por un antiguo lío con Hacienda, una ministra de Sanidad atropellada por un máster universitario más que dudoso y una ministra de Justicia pillada en compañías poco recomendables. Todas estas historias se podrían haber sabido con antelación haciendo un examen mínimamente detallado del currículum de sus protagonistas. Como era previsible, todas estas historias han acabado en manos de la oposición y de los medios de comunicación, convirtiéndose en una efectiva munición para desequilibrar a un gobierno que ve acentuada aún más si cabe su situación de debilidad. Presumir de ejemplaridad y de rapidez a la hora de retirar las manzanas podridas es un triste consuelo cuando se ha metido la pata hasta el fondo en algo tan básico como es la selección de personal.

Es inevitable pensar que todos estos problemas se podrían haber evitado si Pedro Sánchez no hubiera actuado con tanta ligereza a la hora de formar su equipo. Más que una impresión de corrupción general, la cascada de dimisiones deja una sensación de bisoñez y de falta de rigor, que resulta especialmente grave cuando sus responsables tienen la difícil misión de dirigir un país. Las prisas, la superficialidad y el deseo de presentar una foto gubernamental con un fuerte impacto mediático han podido con la prudencia y con las decisiones meditadas. Los resultados están ahí y son muy malos; el goteo de fugas ministeriales empieza a convertirse en un pesado lastre para una Administración que nacía hace algo más de tres meses con la firme voluntad de generar ilusiones entre la ciudadanía.

La formación de un gobierno minoritario del PSOE con el apoyo de los partidos de izquierdas es una aventura política que se enfrenta con gigantescos obstáculos y con grandes probabilidades de fracasar al enfrentarse con la resolución de los grandes temas que tiene este país. Sin embargo, lo que sería un drama es que un proyecto de esta envergadura acabara naufragando a causa de una acumulación de torpezas de principiante.