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Puertas al campo

Inteligentes y demócratas

Ya no es actualidad, pero sigue siendo dramático. Miembros del Congreso de los Estados Unidos han pedido el cese del apoyo de su gobierno a esa catástrofe humanitaria llamada «guerra en Yemen». Por supuesto su gobierno lo ha negado. Quiero decir que no está dispuesto a dejar de apoyar a Arabia Saudita con armas y otras ayudas ya que no hay tal catástrofe humanitaria por más que allí, en USA, haya quien cuestione tal apoyo a una intervención que habría producido más de 10.000 muertos (20 por ciento niños) y causado 15 millones de casos de «inseguridad alimentaria» en un país de 23 millones de habitantes.

El Gobierno español ha sido todavía más original: con tal de defender los empleos en Cádiz y el Ferrol (podría haberlos defendido por otros caminos si estuvieran en lo suyo), llegó a afirmar que se trataba de bombas «inteligentes». Vamos, que nunca atacarían a los «buenos» y se centrarían en lo que es su tarea fundamental: matar a los «malos», dejando al resto de bajas (que haberlas suele haberlas) como aquellos insultantes «efectos colaterales» de los que ya se habló, si no recuerdo mal, en la «brillante» intervención en Irak que todavía dura y en la que («créanme lo que les digo», que diría José María Aznar) todavía no se han encontrado las armas de destrucción masiva.

Ahora, dicen desde Save the Children International, esta guerra «podría causar la muerte de una generación entera de niños de Yemen que se enfrentan a múltiples riesgos desde las bombas al hambre pasando por enfermedades prevenibles como el cólera». ¿Bombas, dice? Pues sí. Bombas suponemos que inteligentes que, por ejemplo, no disparan contra personas, sino que atacan instalaciones de puertos como el de la ciudad Hodeidah, «punto de entrada vital para bienes y ayuda para el 80 por ciento de la población yemení». ¿Resultados previsibles? Los anunciados: que «los niños bajo riesgo de hambruna podrían llegar a algo más de cinco millones y que algo así como dos tercios de la población yemení no sepa cuándo podrán volver a comer». Cuando ganemos la guerra y hayamos vendido nuestras armas, todo volverá a la normalidad. Aunque no me extrañaría que algunos supervivientes quisieran llegar a nuestras costas en busca de una vida «menos peor» o que tuvieran tentaciones de devolver el golpe con las únicas armas de que podrían disponer: el terrorismo, no solo contra «Occidente» sino, sobre todo, para ese país que, en todas las listas de democracia, aparece entre los diez peores. Para ser exactos, Arabia Saudita aparece el cuarto por la cola en el Annual Democracy Report 2018 en el que, por cierto, los Estados Unidos son el sexto país en perder puntos en la calidad de su democracia.

Un comentario sobre los datos de este Informe. Primero, que la denostada Venezuela está 30 puestos por encima de Arabia Saudita. Segundo, que está muy cerca de Rusia, Turquía y los Emiratos (nada de «Fly Emirates»: el que paga, manda). Pero ya se sabe que la retórica de los políticos que padecemos prefiere jugar con imágenes antes que con hechos, con sentimientos antes que con datos, por muy problemáticos (que lo son) estos, pero mucho menos problemáticos que los sentimientos provocados y fomentados desde atriles en los que les hemos colocado con nuestros votos y financiamos con nuestros impuestos. Pero esa es otra histeria.

Lo que me impresiona en todo ente maremágnum es la facilidad con la que se responde (¡por fin!) a una demanda del electorado: la de pedir desesperadamente ideas claras y distintas y, a ser posible, simplificadoras y simplistas. Tanto da que los análisis concretos de situaciones concretas lleven a propuestas no tan claras (la realidad se resiste). El político se debe a su electorado y le explicará que todo es muy sencillo, que no hay que elegir entre «cañones o mantequilla» como contaba el Samuelson que estudié de jovencito, sino conseguirlo todo de la manera más sencilla, porque sencillo es el mundo. Y si hay alguna complicación, la culpa la tienen los «otros» (sean gobiernos, partidos, países, naciones o inmigrantes), recurriendo a los cuales el asunto se vuelve a simplificar, que es lo que quiere el posible elector, tentado de convertirse en abstencionista y dedicarse «a la política por otros medios» (porque de la política no escapas, tampoco si crees escaparte).

Y que la rabiosa actualidad nos impida darnos cuenta de qué está sucediendo realmente, ocultado como está por teatralidades vistosas y chocantes cuyo objeto perseguido, por lo visto, es mantenernos ignorantes.

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