El mundo de la Administración Pública debería aprender mucho del sector empresarial, donde cada minuto cuenta, y donde la exigencia urgente de la consecución de los resultados se convierte en un eje central que arrastra que todos estén dibujando de forma permanente ideas alrededor de conseguir un objetivo positivo para la empresa.

Bajo estos parámetros existen formas y fórmulas que ayudan a conseguir estos objetivos mediante la canalización de ideas buenas y positivas que doten de éxito a los proyectos que mejoren el producto de la empresa y que los clientes mejoren su confianza. Así, surgen los denominados «brain storming», o tormentas de ideas, que van depositando encima de una mesa los integrantes de la empresa, para que los responsables en la toma de decisiones opten por las que consideren mejores para los resultados que buscan.

Y en el sector empresarial se elude al máximo un sistema que, sin embargo, sí que prolifera en la Administración Pública, como es el de la creación de comisiones ad hoc para buscar la solución a un problema concreto. Esto tiene la ventaja de debatir el problema y ver qué puede solucionarlo, pero el inconveniente es que las mismas no tienen plazo de conclusión y, por ello, se eternizan en el tiempo, y no dan respuesta inmediata a los problemas que también lo son, y que están necesitados de que responda con agilidad. Se crean sine die y parece que se olvidan de que hay un problema urgente de resolver. Este es el hándicap de las comisiones. No resuelven los problemas urgentes en sus plazos.

Así las cosas, la reunión urgente con profesionales de capacidad y mérito en «la tormenta de ideas» no debe pasar de uno o dos días, porque si los integrantes son buenos y de calidad ya se les habrá informado acerca del objetivo de la reunión y de que traigan cuantas más ideas mejor, para ir poniéndolas encima de la mesa y elegir a las mejores, con la presunción de que de cada 10 que se proyecten, casi todas serán buenas, pero como hay que optar, el nivel de la reunión permitirá extraer las mejores. Y ello, bajo la garantía de que están propuestas por los mejores. Además, para ello la empresa ya se encargará de elegirlos bien, porque en ello le va la supervivencia de la misma y la conservación de los puestos de trabajo. Si eliges bien a quien debe dar la idea, ésta siempre será buena.

En la misma línea que la anterior, en la actualidad se han puesto en marcha los denominados «Think tank», que son laboratorios de ideas, en donde expertos con naturaleza y cualidades investigadoras reflexionan sobre cuestiones para las que han sido citados a una convocatoria con un objetivo concreto. Participé este verano en uno muy interesante organizado por SUMA sobre la presencia y ventajas de la inteligencia artificial y, desde luego, fue una experiencia muy positiva.

Por todo ello, nuestra sociedad debería fomentar los «Think tank» como mecanismos de potenciar soluciones a los problemas que en los distintos sectores surgen, y llamando a los mismos a los mejores. Porque los hay. Lo que ocurre es que no se cuenta con ellos.

Así las cosas, las características que deben reunir esos circuitos de ideas deben estar presididas, en primer lugar, por la selección de los mejores y más preparados en la materia que se quiere atender como prioritaria. En segundo lugar, la elección de la materia a tratar, que se constituye como eje central del objetivo a alcanzar, ya que debe tratarse de un problema relevante que esté enraizado en ese momento en la sociedad y sobre el que sea preciso debatir y proponer soluciones imaginativas y de respuesta inmediata. En tercer lugar, por último, se requiere que la solución o soluciones ejercidas sean factibles, de ejecución viable y razonables, lo que estará asegurado si la selección primera ha sido la ideal, ya que en ocasiones se constituyen «Think tank» o comisiones, como algunos les llaman, sin los mejores, con lo que el objetivo es pura utopía y supone creer en los milagros, que ciertamente existen, pero no con tanta frecuencia.