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Joaquín Rábago

Los británicos, siempre a lo suyo

Los británicos, ya se sabe, siempre han ido a lo suyo, y si un día, venciendo numerosos escrúpulos, decidieron entrar en el club europeo fue porque pensaban poder desde dentro amoldarlo a sus intereses comerciales.

Pero nunca llegaron a sentirse realmente europeos: en mi época de corresponsal en ese país, siempre me sorprendió la falta en casi todas partes, salvo en los hoteles, de banderas de la Unión Europea mientras que la Union Jack ondeaba orgullosa en todas partes.

No me extrañó por tanto demasiado el resultado del referéndum en torno al Brexit: el Gobierno no había hecho bien su trabajo - si es que le interesó alguna vez - de convencer a los ciudadanos de las ventajas de formar parte de aquel club, y la prensa sensacionalista, siempre hostil al continente, tampoco ayudó, sino todo lo contrario.

De aquellos polvos vienen estos lodos: acosada por el sector más ultranacionalista de los tories, el Gobierno de Teresa May ha acabado presentando un plan, conocido como Chequers (el nombre de la residencia campestre de los primeros ministros), que la UE no puede sino rechazar.

A Londres le interesa, siempre le ha interesado un acuerdo de libre comercio con Bruselas UE que le permita exportar libremente según las reglas del mercado interior de la UE, soslayando las demás libertades.

Pero para Bruselas, la libertad de movimiento de mercancías forma un todo indisoluble con las otras libertades: las de circulación de personas, servicios y capitales. Un país miembro no puede escoger sólo lo que le gusta o interesa.

De ahí el rechazo de los Veintesiete al plan presentado por May, que sus socios consideran totalmente inaceptable, pues si se aceptaran las pretensiones de Londres, la UE dejaría sencillamente de ser un club con las mismas reglas para todos. Aunque, para parafrasear a Orwell, haya en verdad unos socios "más iguales que otros".

Las consecuencias para el Reino Unido de una falta de acuerdo amistoso con Bruselas serían sin duda dramáticas para sus empresas ya que las cadenas de producción se enfrentarían a enormes problemas, y sobre todo para el sector financiero, que contribuye poderosamente al PIB nacional.

Bancos tan importantes como JP Morgan, el Citigroup o el Deutsche Bank han anunciado ya su intención de trasladar a su personal a Frankfurt, y muchas empresas están pensando también qué hacer en vista de la inseguridad jurídica y de otro tipo a la que se enfrentan.

Un fracaso de las negociaciones significaría que las relaciones comerciales entre Londres y Bruselas pasarían a regirse por las reglas de la Organización Mundial del Comercio.

Las exportaciones británicas al continente se verían gravadas con fuertes aranceles y sometidas al mismo tiempo a barreras no arancelarias como las que existen con terceros países.

Todo eso sin contar con lo que pasaría con Irlanda del Norte, donde peligraría de pronto el acuerdo de paz tan trabajosamente logrado en 1998 entre Dublín y Londres, que supone, entre otras cosas, la total libertad de movimientos entre el Ulster, mayoritariamente protestante, y la católica República de Irlanda.

En vista de todo esto, que, según el alarmista y sin duda exagerado pronóstico del historiador británico Timothy Garton Ash, amenaza con provocar en el Reino Unido profundas divisiones evocadoras de la situación en la alemana República de Weimar, resulta cada vez más difícil de entender la negativa a organizar un nuevo referéndum en torno al Brexit.

Sobre todo habida cuenta de las enormes mentiras en las que se basó la campaña de los partidarios de darle finalmente la espalda a la "burocracia" y "la dictadura" de Bruselas.

Como el anuncio de que si se abandonase el club europeo, habría 350 millones de libras semanales más para el Servicio Nacional de Salud británico, un servicio que fue otrora orgullo de ese país, pero que no atraviesa precisamente sus mejores tiempos.

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