Solamente un dar me agrada

que es el dar en no dar nada.

«Terpsícore», de Francisco de Quevedo (1580-1645).

A noche soñé que había vuelto a Manderley. (¿O era la Calahorra? Estaba muy oscuro, por mor del ahorro energético). La cuestión es que cuando desperté no había rastro de Manderley pero todavía estaba allí el dinosaurio del MUPE. Y también estaba el marchito y amiantado edificio irracionalista de abastos, con sus calles y plazas circundantes inclementemente horadadas en pos de quiméricos vestigios del pretérito pluscuamperfecto. Y también seguía allí, en todo su esplendor, el augusto retroapuntalamiento del Progreso, a la espera del pertinente informe de Icomos sobre su afección al Misteri y al homónimo bar contiguo, en trámite de ser declarado BRL (bar de relevancia local). Y, supuestamente, aún estaba allí el ignoto refugio número 2, anhelando un informe de la conselleria marziana que lo saque de su extrañamiento y lo transforme, «ipso facto», en un BIC cristal, que protege lo normal. Por no hablar de los acrisolados barracones escolares, muchos de ellos perfectamente mimetizados con el entorno bajo musgos y enredaderas, razón por la cual el munícipe de la cosa natural, Antonio García, y la edil de buena educación, Patricia Macià, elaborarán una emoción conjunta para solicitar a Ikea que estudie la inclusión de tan versátil y sostenible habitáculo en su próximo catálogo, con el nombre de Mepcsa («elementos modulares que parecen cajas pero son aulas», en una traducción libre del sueco moderno). Y estaban todavía allí la Plaça de Baix y la Corredora, sin peatonalizar ni nada, con sus vehículos a motor de explosión y sus locales abiertos, cerrados y entornados, a la espera de épocas mejores (o peores).

Seguía allí, por supuesto, el decrépito hotel fantasma de Arenales, por cuyas descarnadas habitaciones los vecinos aseguran haber visto vagar en noches de luna llena un espectro (algunos conspicuos observadores con catalejos de visión nocturna aseguran que se asemeja al alcalde, hecho no confirmado por la Jefatura Provincial de Costas ni por el Seprona), que recita como una letanía, plenilunio tras plenilunio, los cinco volúmenes de Los Miserables en francés con acento occitano.

Pero no solo eso: también seguían allá (en València en este caso) los 43 millones de la deuda histórica del Consell, mientras Ximo Puig sopesa si envía un adelanto por giro ordinario o trae el dinero personalmente en una próxima visita pastoral, para esparcirlo graciosamente desde lo alto de Calendura, mientras dan los cuartos (obsérvese la fina ironía de la estampa). Allí estaban, mismamente, las obras del apeadero del AVE, pero ni rastro del chachachá del tren, que según últimas predicciones capnománticas de Aramís Fuster desde Guadalix de la Sierra, llegará un año de estos, aunque puede que se retrase. Más o menos lo mismo que el último tramo de la ronda sur, extremos que el ministro de Forment-Ni-Un-Gra, José Luis Ábalos, ni confirmó ni negó sino todo lo contrario, en una reciente visita a la capital de l'Alacantí. Nuestro regidor, satisfecho: «Aunque no lo parezca por un efecto óptico, avanzamos», enfatizó.

Sí, porque Carlos González, seguía también allí, aunque con barba. Expectante ante lo que está por llegar y dispuesto, ahora sí, a tomar decisiones de calado y trascendencia. «De momento me voy a ver a Alejandro Soler a Madrid, hala», sentenció. Y allá que se fue, aunque había estado departiendo tan solo tres días antes con el secretario general socialista y a la sazón mandamás de la sociedad estatal del suelo, Sepes. Pero no es lo mismo tomar unas cañas en el bar del PSOE que reunirse en un pedazo de despacho con vistas a La Castellana. La cosa cambia. Y la solemnidad no te digo. Y encima, sin necesidad de tener que explicarle al interlocutor ministerial de turno que Elche es la tercera ciudad de la Comunitat, la vigésima de España, capital española del calzado, las palmeras, el Misteri y todas esas cosas. El exalcalde ya sabe lo que tiene que hacer (cuando pueda, claro).

Continuaba allí igualmente todo un clásico anual, la rebaja del IBI, que el ciudadano Caballero volvía sacar a pasear ante el inminente debate presupuestario, junto a otras previsibles 200 o 300 propuestas más para el mejoramiento de la calidad y la cantidad de vida de vecinos y vecinas, y demostrarle de paso a Emigdio Tormo junior que para candidato ya está él mismo. Nada de arribistas de última hora, que pululan cual cuervos sobre su testa tratando de dejarle tuerto cada vez que sale a la calle (y él es mucho de salir a la calle). Mireia Mollà seguía allí haciendo como que seguía haciendo lo que hacía; vamos, turismo y tal, a la espera de su renovación como candidata compromisaria, tras las habituales consultas a las bases, corrientes y coaligados. Y JR Pareja, como si nada hubiera pasado, dispuesto a perpetuarse y encantado de lo bien que ha quedado la piscina de Palmerales. Estaba allí también Pablo Ruz, preparándose en capilla para liderar el segundo advenimiento popular de la mano de su tocayo y amigo Casado. Lo que no se conoce aún es si el adalid de la renovación local del PP comparte la querencia y el arrobamiento que su nuevo jefe nacional siente por José María Aznar. Seguro que Vicente Granero lo sabe, pero no lo dirá por si le mandan retractarse de nuevo. Y Mercedes Alonso no digamos...

En fin, que visto lo visto, me dispuse a seguir soñando que volvía a Manderley con rebeca. O mejor con jersey, que esas viejas mansiones son muy frías.

Nota bene: Este artículo ha superado con una calificación cum laude y un máster del universo adicional de regalo la prueba del programa antiplagios Turnitin. Por si acaso.