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Mercedes Gallego

Opinión

Mercedes Gallego

Mis líos con Diógenes

Yo no tiro nada. Antes pensaba que era por vaga y que para evitarme la tarea de separar el grano de la paja optaba por quedarme con todo. Pero no. He llegado a la conclusión de que soy una sentimental patológica y que antes me corto un brazo que me desprendo de la entrada de aquel concierto en que me enganché a Bruce Springsteen, del mapa manoseado con el que descubrí Roma, del posavasos con el que me estrené en el consumo de la cerveza y hasta del ticket del primer café que me tomé con quien creía el hombre de mi vida hasta que caí en que era él y no la cafeína lo que de verdad me ponía nerviosa.

Hace unos años tuve la oportunidad de soltar lastre. La excusa era perfecta. Una reforma integral de mi casa que me obligaba a mover todo lo almacenado con tesón durante años. En la primera posibilidad de criba me autoengañé. «Ahora lo guardo y aprovecho cuando tenga que devolverlo a su sitio para aligerar equipaje», me dije con el mismo convencimiento con el que, en mi etapa de fumadora, me aseguraba en cada nuevo cigarrillo que ese era el último. Y así ocurrió. Cuando las circunstancias me pusieron por segunda vez en bandeja desprenderme de una buena parte de mi pasado y hacer hueco a lo venidero, ese sentimentalismo con síndrome de Diógenes volvió a salirse con la suya. Ni la lata vacía de Tropi-Cola que me traje de Cuba cuando el único Castro del que se hablaba era Fidel pude sacrificar.

Gracias a ello en mi nuevo hogar convive el minimalismo más moderno con el pasado de los apuntes de Periodismo y hasta de los libros y cuadernos que utilicé en COU. ¿Que por qué les cuento esto? Pues porque como en alguna ocasión a alguien se le ocurra reclamarme un trabajo de fin de algo, a mí no me pillan.

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