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Óscar R. Buznego

La gestión de la memoria histórica

El resurgir del pasado en España, un análisis sobre la huella de la dictadura y su superación democrática

El cadáver de Franco aún habita el Valle de los Caídos, las víctimas del franquismo yacen en una suerte de olvido, y a los historiadores les queda todavía mucho que investigar sobre la guerra civil y la prolongada dictadura que la siguió, a pesar de la infinita bibliografía elaborada. El cambio político en España no encontró respaldo moral en una comisión de la verdad, como ocurrió en otros países, de Chile a Sudáfrica, que vivieron una experiencia similar. Aunque siempre hubo voces que cuestionaron el relato oficial de nuestra historia reciente y clamaron por su definitivo esclarecimiento, estas fueron silenciadas por inconvenientes e inoportunas.

Durante la Transición se consideró que cualquier intento de remover el pasado era prematuro y peligroso, y en el presente se aduce que es demasiado tarde y que el empeño carece de sentido. Es claro que a los sectores más conservadores del país la activación de la memoria histórica les produce incomodidad, como resulta patente del mismo modo que los progresistas, liberales o izquierdistas, se resisten a echar al olvido sin más una parte de la vida colectiva de los españoles, dotada además para ellos de un gran significado emocional y político. La cuestión, entonces, es qué hacer con nuestro pasado. La polémica permanece viva décadas después de la Transición y afecta a un tramo de nuestra historia que abarca la II República y el régimen franquista.

El problema consiste en que no parece posible cerrarla sin atribuir responsabilidades a unos y otros en los orígenes de la guerra civil y en la dictadura, al margen de numerosas implicaciones políticas. El caso es que la sociedad española consume una cantidad de sus energías en una disputa sobre cómo interpretar el inamovible pasado, cuando el mundo se adentra en una fase de enormes desafíos y total incertidumbre. Las autoras, prestigiosas especialistas en el estudio de la huella dejada por el lado más oscuro de las dictaduras en la conciencia colectiva de los sistemas democráticos, aprecian signos esperanzadores en el desarrollo actual de la discusión en España.

Los desenterramientos, el relato de los victimarios de la dictadura, la paulatina apertura de los archivos, indican que por fin podríamos estar iniciando lo que una de ellas, Leigh A. Payne, profesora de sociología en Oxford, ha denominado "la coexistencia contenciosa", que debidamente orientada tendría que conducir a un debate democrático entre las diferentes visiones del pasado donde acabara por disolverse la beligerancia que este asunto genera en España. Sostienen que las reclamaciones de los familiares de las víctimas de la dictadura, un clima internacional ahora propicio y el trabajo de los historiadores contribuyen a ello. La concurrencia de relatos discrepantes sobre la guerra civil y la dictadura en la esfera pública es un hecho.

Supongamos que de resultas, tras una larga espera, la verdad sobre nuestro pasado se asienta en la cultura política de los españoles y se abren paso nuevas actitudes. En ese caso, ¿deberíamos saldar nuestra deuda con las víctimas otorgándoles el reconocimiento como héroes de la democracia que aún no han tenido? El libro, riguroso y de gratificante lectura, suscita un conjunto de reflexiones de candente actualidad a propósito de la memoria histórica. Pero en la introducción, Aguilar y Payne plantean una intriga que conserva plena vigencia más allá del debate historiográfico: ¿hubiera sido posible la democracia sin el silencio sobre la guerra y la dictadura?

Hoy los nietos de las víctimas no aceptan el olvido con el pretexto de proteger la democracia, pero responder a esta pregunta sigue siendo crucial para medir la fortaleza de la cultura democrática de la sociedad española de aquellos años y para explicar el alcance y los límites de la Transición. En la página 215 afirman: "Para demostrar el compromiso inequívoco con el nuevo régimen, romper claramente con el pasado parece un buen punto de partida". Alexis de Tocqueville concluyó en su análisis de la Revolución francesa que cierta continuidad histórica es inevitable. En España no se rompió con el pasado y, sin embargo, es innegable que la democracia se hizo y perdura. Como han señalado Edward Malefakis y otros, esa es la originalidad de nuestra Transición.

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