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Camilo José Cela Conde

Otro máster

A título de aviso de navegantes, convendría aclarar que no siempre la Universidad española ha sido así. Tampoco son todas ellas como la que está siendo protagonista esencial en la caída de políticos de currículum hinchado y cabeza hueca pero el problema procede de la manera como nuestro mundo universitario se adaptó a las exigencias del programa europeo de reforma, el llamado compromiso de Bolonia.

Tras años ?siglos? en los que la licenciatura era el fundamento de las enseñanzas universitarias y el doctorado una etapa reservada a quienes querían seguir carrera académica se pasó de golpe al grado, unificando, por ejemplo, lo que antes era el nivel de un aparejador con el de un arquitecto. Sin que pretenda yo establecer jerarquías entre los oficios de la construcción, lo cierto es que un título de nivel superior se convirtió en otro digamos de grado medio. Y para recuperar las galas perdidas se inventó el máster. Nada que decir respecto de un máster de Derecho, Historia o Filología en cualquiera de sus tipos. Son necesarios para alcanzar el nivel perdido de las licenciaturas. Pero de la mano del máster se colaron dos virus malignos. El primero, el de abrir la mano a casi cualquier cosa que, bajo la etiqueta de «máster en...», parecía recibir la bendición de la enseñanza superior. Se recordará que el de la ministra recién dimitida se llama «Máster de Estudios Interdisciplinares de Género» (mantengo las mayúsculas originales). Semejante cosa se vende como algo apto para formar universitarios, por más que quepa preguntarse en qué. Pero hay ejemplos aún peores, como aquel máster para ser influyente en las redes sociales que se sacó de la manga, no sé con qué fortuna, la Universidad Autónoma de Madrid.

El segundo agente infeccioso es el de la conversión de lo que era una licenciatura con sus rasgos llenos de inconvenientes, pero conocidos ?clases presenciales, asistencia como fórmula corriente de aprendizaje y exámenes serios?, en una suma novedosa de grado menor y máster que se aprueba sin ir a clase, mediante el socorrido trabajo de fin de los estudios. Cualquier profesor sabe por qué medios y con qué suma de esfuerzos se puede hacer un TFM (trabajo de fin de máster), habida cuenta de la relajación absoluta de los controles. ¿Plagió la exministra? Bueno; sería una más en una lista muy larga. Si a esas facilidades para engañar se les suma una Universidad ávida de matrículas y sin ningún escudo moral contra las estafas académicas, se llega a lo que tenemos ahora.

Lo más curioso es que haya habido políticos ?sólo conocemos los casos más sonoros? dispuestos a creer que su patrimonio digamos intelectual iba a crecer por medio de alguno de esos inventos sin sentido regalados como en tómbola de feria. Habrá que agradecer a la Rey Juan Carlos que haya hecho de ventilador a la fuerza. Al menos ahora ya se sabe a qué puede conducir la pérdida de las licenciaturas de antes.

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