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Joaquín Rábago

Trump, el peor enemigo del planeta

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha hecho sin duda acreedor a un nuevo puesto en el libro de universal la infamia: el del peor enemigo del planeta.

Cuentan los corresponsales en EEUU, citando al New York Times, que el republicano ha decidido relajar la normativa destinada a evitar, o al menos controlar, las fugas de metano en la extracción de petróleo y gas natural.

Al espaciar aún más las pruebas rutinarias de control se evitan costes adicionales a la ya riquísima industria energética aunque sea a costa de la salud de los humanos y del medio ambiente.

Y en efecto, ¿qué puede importarle a Trump el medio ambiente si no le importa nada, por ejemplo, todo un pueblo al que debe de considerar indigno de vivir como es el palestino?

¿No acaba de demostrar esto último recortando los fondos para la red de hospitales de Jerusalén Este tras haber cancelado las aportaciones de su Gobierno a la agencia de la ONU para los refugiados?

A Trump sólo le interesan los negocios, y como ha evidenciado una y otra vez desde que llegó a la Casa Blanca, el republicano está dispuesto a eliminar todo lo que implique regular la economía.

De eso saben mucho los funcionarios de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA), que han visto con auténtico horror cómo los personajes a los que ha colocado a su frente no han hecho otra cosa que no fuese dar vía libre a las empresas contaminantes.

Trump nombró, como se sabe, primero a Scott Pruitt, un individuo que nunca creyó en la defensa del medio ambiente y que se vio obligado a dimitir tras una serie de escándalos, y al que sustituyó Andrew Wheeler, que no parece mucho mejor.

No es de extrañar que un millar de científicos de aquel país, alarmados por las maniobras de esa agencia, se decidiesen a escribir una carta para protestar por una nueva directriz gubernamental equívocamente bautizada como de "transparencia".

Busca ésa impedir la publicación de datos que no sean públicamente accesibles, pero los firmantes de la carta sospechan que se trata en el fondo de una artera maniobra para impedir que vean la luz estudios basados en informaciones de carácter confidencial.

Informaciones como las que posibilitaron la publicación en 1955 de un estudio pionero como el Clean Air Act (Ley del Aire Limpio), una de las leyes de calidad del aire más completas del mundo, que establecía una lista de substancias potencialmente cancerígenas o de un modo u otro peligrosas, y que ha sido desde entonces revisado más de una vez.

Los veteranos de la EPA hablan con preocupación de la influencia de un antiguo lobista de la industria del tabaco llamado Steven Milloy, que en su día trató de demostrar frente a todas las evidencias científicas la inocuidad de respirar el humo del tabaco ajeno.

En su ya larga carrera de cabildero al servicio de diversas y poderosas industrias, Milloy, la favorita de Trump, ha defendido lo indefendible: ha negado lo mismo la toxicidad del DDT que la existencia del agujero de ozono y, por supuesto, el cambio climático.

Titular del portal de internet "Junk-Science.com" (Ciencia-basura. Com) y comentarista de Fox News, la manipuladora cadena de TV favorita de Trump, Milloy estaba totalmente desacreditado hasta la llegada de ése a la presidencia del país.

Milloy formó entonces parte, al igual que tantos otros negacionistas, del "equipo de transición" de la EPA sin que pase al parecer un día sin que agradezca al Altísimo el que haya permitido a Donald Trump alcanzar la Casa Blanca.

El cabildero de la industria cree que ahora puede saborear su victoria: "Durante 25 años, la izquierda me trató como si fuese radiactivo. Pero supe resistir. Y ahora soy el triunfador", declaró en una entrevista citada en la prensa alemana.

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