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Joaquín Rábago

Necesaria concordia en Cataluña

Se habla mucho, no sin nostalgia, estos días de concordia, de la que posibilitó el pacífico tránsito a la democracia: democracia, al fin, a pesar de todas las imperfecciones que hoy muchos criticamos.

Pero hay en este momento otra concordia que me parece más necesaria que nunca: la que permitiese un día el fin del conflicto político más grave que tenemos planteado como nación.

Me refiero por supuesto a la cada vez más compleja situación en Cataluña, que envenena la convivencia de quienes integran ese pueblo y que tanta mala sangre crea con el resto de España.

Un conflicto cuyos principales son quienes tan demagógica como irresponsablemente trataron de convencer a sus connacionales de que había llegado el momento de separarse de una España, según ellos, secularmente opresora.

Y que prefirieron desoír no sólo a quienes negaban que el catalán fuese un pueblo oprimido como lo ha sido, por ejemplo, el irlandés, sino también a quienes, igualmente independentistas, aconsejaban, sin embargo, paciencia para el logro eventual de ese objetivo.

No ocurrió nada de eso, y la obstinación de los irredentos, por un lado, y la absurda cerrazón del Gobierno del hoy de nuevo registrador de la propiedad Mariano Rajoy sólo sirvió para enconar el conflicto.

Y ahora tenemos a dos partidos de derechas, liderados ambos por políticos tan jóvenes como ambiciosos, poniendo en duda la legitimidad del nuevo Gobierno socialista y tachando de claudicación todos sus intentos de tender puentes con los desafectos catalanes.

Uno se pregunta cómo proponen el PP y Ciudadanos salir del infeliz atolladero en que estamos metidos: ¿aplicar otra vez, y con mayor decisión que la primera, el famoso artículo 155 ¿ ¿Enviar allí a más fuerzas del orden e incluso al Ejército?

¿Resolverían acaso algo medidas tan drásticas o les darían todavía más razones que explotar más allá de los Pirineos, donde no acaba de entenderse el problema catalán ni nuestra forma de resolverlo?

En nada ayudan por supuesto algunos comentarios atrabiliarios que podemos leer diariamente en parte de nuestra prensa, ni tampoco los mensajes cargados de odio que circulan en un sentido o en otro por las redes sociales.

Ni tampoco el hecho de que quienes han tratado de mediar entre las partes hayan acabado por tirar, aburridos o desesperados ante tanta sinrazón y sordera política, la toalla.

No. Hace falta hoy aquí más que nunca concordia, es decir, apaciguar los ánimos y tratar de entender las razones e incluso - ¿por qué no? las sinrazones del otro-, aun en la creencia de que la razón está de nuestra parte.

El fracaso flagrante de la política obligó a judicializar lo que nunca debió acabar en los tribunales. Y ahora resulta que, a lo que parece, no podemos dar marcha atrás.

La justicia, lenta como siempre, seguirá su curso. Los independentistas catalanes que prefirieron afrontar las consecuencias de su acción ilegal, en lugar de huir astutamente, seguirán entre rejas.

Y cuando más generosidad haría falta por parte de un Estado fuerte, más difícil resultará el mínimo gesto en ese sentido y más difícil se lo pondrán quienes sólo entienden de agravios patrióticos. Y al final todos habremos perdido.

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