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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Bolonia delenda est

Los escándalos que azotan a la Universidad española son fruto del llamado modelo Bolonia. De la Universidad profesoral, con todos sus defectos, se ha pasado a la Universidad regida desde el poder y la política de baja estofa y desde la excelencia que entendía la Universidad como un espacio elitista intelectualmente hablando, al igualitarismo ingenuo que postula que cualquiera pueda y deba superar los estudios de grado y máster e, incluso, doctorarse con honores.

Nunca los políticos tuvieron tanta ascendencia y fueron tratados con tanta condescendencia. La Universidad fue independiente, revolucionaria en muchos momentos, opositora al poder por naturaleza y convicción y temida desde las instancias políticas, incapaces de controlar a profesores libres y conscientes de su función social: la creación y transmisión del conocimiento sin más ataduras que su saber y conciencia.

La crítica a la endogamia, y al clientelismo del anterior sistema, con tener razón en muchos casos, ha servido y sirve para sustituir aquellos defectos por otros más graves, cuya característica es el sometimiento de la institución al poder y con ello a los partidos. Toda ruptura y esta lo ha sido, tiene un fin muchas veces oculto y este va mostrando su apariencia en forma de escándalos.

Antes, la carrera de un profesor dependía íntegramente del cuerpo de catedráticos de su materia, de las valoraciones que estos realizaban de su labor y trayectoria. Aunque el sistema permitía excesos, ese control era por naturaleza interno y ajeno a influencias políticas que poco podían interferir en la Universidad. Se era y se llegaba porque los pares te votaban, teniendo en cuenta y conociendo el trabajo, siempre público. Las tesis eran limitadas y no todos podían redactar una. Pocas, bien dirigidas, serias y rigurosas en general. Una diferencia sustancial con el presente, en el que brilla la mediocridad.

Hoy todo ha cambiado. Se ha querido acabar con el «infausto» poder de los catedráticos, creándose agencias de evaluación externas cuyos directores son nombrados -curioso el traspaso del poder-, por el Ministerio y cuyos evaluadores son, a su vez, designados a dedo por quienes controlan directa o indirectamente el sistema. Tales comisiones de acreditación no están integradas por profesores de la asignatura del peticionario, sino por quienes pertenecen a distintos estudios, cuyo conocimiento de lo valorado es nulo. No leen, por tanto, lo publicado, limitándose a exigir que se aporten tantos kilos de material y cosas tan variadas como irrelevantes para evidenciar los méritos investigadores. Conscientes los miembros de estas comisiones de su ignorancia, se designan presumibles expertos en la materia que emiten informes que, de nuevo sospechoso, son anónimos, no conociendo el evaluado el nombre del que emite su dictamen.

Frente al anterior sistema endogámico, se alza ahora un modelo politizado y estandarizado en el que hay que hacer lo que conviene o, al menos, no hacer lo que no conviene. Todo tiene o puede tener un precio. Y este en muchas ocasiones es el silencio y la autocensura.

Junto a este drama, que ha ahogado la temida libertad de cátedra y menoscabado la Universidad libre, la vulgarización de la sociedad de masas y la creencia infantil o interesada en el igualitarismo, han provocado que se fomente el acceso de cualquiera a los más altos grados universitarios. El efecto ha sido la degradación de los títulos de grado, máster y doctorado. Todo el mundo tiene derecho a concluir sus estudios y si para ello hay que rebajar las exigencias, se rebajan. Suspender está mal visto y es indirectamente sancionado. Todo el mundo tiene derecho a hacer un máster y gozar de las condiciones que lo hagan posible, entre ellas no asistir a clase o hacer un trabajo copiado de internet. Y cualquiera puede hacer una tesis doctoral, aunque la misma no supere ni siquiera a las antiguas tesinas de licenciatura y se trate de meras copias, sin citas y sin que la tesis contenga propuesta novedosa alguna válida y propia. Entre el plagio y la indecencia hay un espacio que se transita con mucha frecuencia.

Y es que, las referidas comisiones de evaluación, valoran como mérito el número de tesis dirigidas, exigiéndose este requisito incluso a los jóvenes ayudantes doctores, por lo que todo profesor doctor ha de buscar doctorandos entre las piedras, subastando sus servicios e inexperiencia, para poder acceder a puestos superiores. A la vez, desde 2007, las universidades deben contar con un cincuenta por ciento de profesores doctores en su claustro para poder impartir sus títulos. Números y apariencia a los que la calidad no interesa. De ahí que proliferen como setas, aunque sean inservibles muchas de ellas. Excelencia llaman a esto los ortodoxos del sistema.

Los másteres, que han sustituido al quinto curso suprimido, son una fuente ineludible de financiación de la Universidad. Y así se explica que haya miles que de másteres tienen solo el nombre y que sea obligado, otra vez, salir a la caza de alumnos a toda costa. Es el mercado y la competencia.

Se diga lo que se diga, Bolonia está acabando con el prestigio de la Universidad a pasos agigantados. Una reforma era necesaria; una revolución, siempre es sospechosa cuando ignora la historia y la experiencia.

Yo ya no creo en las casualidades. Bolonia se hizo para destruir la Universidad libre y solo sometida a la ciencia. Su finalidad era subordinarla a otros designios. Y lo están consiguiendo. O destruimos Bolonia o ella termina con la institución.

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