Sabido es que, tras un periodo forzado o voluntario de ayuno, lo último y menos aconsejable es atizarse un pote entero de alubias con chorizo, lacón y morcilla de la tierra (de cualquier tierra). Si llevamos tan sabio consejo al territorio incierto de la política, entenderemos por qué el domingo por la noche, el presidente del Gobierno salió con indigestión de la entrevista (por llamarle de alguna manera al duro marcaje al hombre con el que Ana Pastor secó al alero tirador Sánchez) que protagonizó en La Sexta. Este país no está preparado aún para estos atracones de transparencia tras largos años de presidentes virtuales y enfermos del síndrome del palacio donde residen.
No es que Pastor repreguntara, es que cortaba una y otra vez los intentos del presidente de esconderse en algún burladero retórico hasta casi poner en duda todo lo que decía. Sin dejarle hablar, mientras el mandatario intentaba aventurarse por los cerros de Úbeda de ese buenismo ontológico que Sánchez practica, la entrevista alcanzó el nivel de charlotada cuando, en medio de algún intento de armar un argumento por parte del presunto entrevistado, Pastor le cortó y le dijo que perdonara, pero que iban a publicidad. A publicidad... con un par. La persecución, no sé si la entrevista, fue, periodísticamente, intachable. Se ponga Carlos Herrera como se ponga, Pastor no dejó que el presidente se le fuera vivo como suele pasar en estas entrevistas en las que está guionizado hasta el parpadeo del mandatario. Pero políticamente, increíble. ¿Dónde estaba Iván Redondo mientras pasaba lo que cualquiera con tres episodios del Ala Oeste bien asimilados podía saber que iba a pasar? Si esta escabechina aceptada es el concepto de «entrevista de cámara» que los medios conservadores tienen, no quiero ni pensar la longitud del parte médico si se la llegan a dar a algún medio menos «afín». Hubiera sido «de cámara» también, pero frigorífica.
