La burbuja universitaria explota. Dimisiones de ministras por haber obtenido un título en un cuestionado instituto universitario, de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, o el cuestionamiento de la formación académica de Pablo Casado o de otros tantos políticos, incluido el presidente del Gobierno, no deja de llenar titulares. Ahora le toca el turno a Albert Rivera que presumía de ser doctorando cuando hace doce años -al menos- que no está matriculado en ningún curso de doctorado de ninguna Universidad. La de Barcelona ya ha corregido su currículum oficial que venía a decir que él era un doctorando en Derecho Constitucional cuando hacía 12 años que no pisaba las aulas. Y, claro, ser doctorando significa ser investigador en activo sobre un tema al máximo nivel académico, algo que evidentemente él no es. Lo común a todos estos casos es la fiebre absurda de todos nuestros representantes por engrosar su currículum a base de títulos de obtención dudosa o fácil, estudios que no han acabado e incluso aquellos que ni siquiera han cursado. Una fiebre en un país en el que al menos un 20% de los titulados universitarios (de los que tienen trabajo) están sobrecualificados u obtienen el empleo en condiciones precarias.

Pedro Sánchez ha demostrado que realizó su tesis correctamente con arreglo a lo establecido en la normativa universitaria como la gran mayoría de estudiantes y doctorandos de España. Ha publicado su tesis para responder las acusaciones de plagio. Y hemos sido testigos de esta nueva polémica que pretende tapar las vergüenzas de otros, como Casado, cuyos cursitos de verano en Aravaca, y que aseguraba haber cursado en Yale, Stanford y Harvard, quería hacer pasar por másteres. O para tapar la posición de Ciudadanos y el Partido Popular que se han opuesto a desenterrar al dictador del Valle de los Caídos, cerrando así una etapa negra de nuestra historia más reciente.

Todo esto contrasta con otros países cuya democracia es mucho más avanzada y consolidada que la nuestra, como Suecia, donde su recién elegido primer ministro es un soldador sin especialización universitaria. Porque a veces para conocer los problemas sociales y ser buen político no hace falta ser doctor ingeniero o abogado penalista si no ciudadano, trabajador y currante como la gran mayoría y el resto de tus congéneres. La sensibilidad no se aprende en las aulas, se aprende en las calles. Y yo me fío más de los políticos que se conocen mejor sus barrios que los manuales de derecho político del Estado o de macroeconomía.