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Bartolomé Pérez Gálvez

Descrédito universitario

Considera Pablo Casado que, con la que está cayendo en España, está de más preocuparse por los másteres y doctorados de algunos políticos. Coincidiría con su opinión, si no fuera porque duele que tanta patochada haya afectado a la credibilidad de la Universidad española. Lejos de preocuparse por dignificar la maltrecha política de este país, los protagonistas acaban transmitiendo la enfermedad que ésta padece -me refiero, obviamente, a su descrédito- a otros sectores de la sociedad. En este caso, al mundo académico.

Llama la atención la complacencia del líder del Partido Popular, en relación a las «similitudes» o «coincidencias» que han sido detectadas en el trabajo final de máster (TFM) de la ya exministra de Sanidad, Carmen Montón. Vaya, que Casado no exigió dimisión alguna, ni preguntó por ello al Gobierno. Un comportamiento propio de quien no desea remover las cenizas, quizás por temor a acabar chamuscado. Reconozcan que sería difícil encontrar otra explicación a su mutismo. Y es que hay gato encerrado detrás de la dimisión de Montón. Da la impresión de que el adiós de la valenciana va a ser utilizado como estrategia de contraataque por los socialistas. Algo así como un gambito ajedrecístico en el que Pedro Sánchez pierde una pieza, pero pone en jaque a su rival. Porque ahora le toca al jefe de la oposición explicar su situación y los motivos de la resistencia a mostrar públicamente sus cuestionados trabajos.

Cuando les pillan en falta suelen argumentar que no han cometido ninguna irregularidad. El problema no es tanto el abuso que pudieran perpetrar, sino las razones que lo motivan. Grave sería -como así ocurrió con Cristina Cifuentes- que un alto cargo mintiera. Ahora bien, lo que a un servidor en realidad le preocupa es que la gestión de este país, así como la oposición política, puedan estar en manos de quienes han recurrido a este tipo de artimañas para engrosar su historial académico. ¿Manifestación evidente de un sentimiento de inferioridad? ¿Desprecio al trabajo de otros? No lo sé, pero me desagradan estas trampas. Como decía Casado, por supuesto que hay problemas más graves que atender en este país. La cuestión es si, quienes deben dar una solución a esos asuntos, son gente de fiar. Y, obviamente, este tipo de conductas hacen dudar de que así sea.

En esto de ir mejorando artificialmente el grado académico de los políticos -algunos, por supuesto, que no todos-, se advierte cierta secuencia que va «in crescendo» en cuanto al objetivo perseguido. Me explico. Primero surgió la triquiñuela de que, en los currículums, se incluyera la coletilla de que «tiene estudios en esto o en aquello». En un buen número de casos, apenas se pagaba la matrícula y, a lo sumo, se asistía a algunas partiditas de mus en el bar de la facultad. Eran tiempos en los que la Universidad aún estaba lejana para la gran mayoría de los mortales y, el simple hecho de haberla pisado, ya era un toque de distinción.

A principios de la década de los noventa, menos del 20% de los jóvenes españoles disponía de un título universitario; en la actualidad, ya superan el 40%. Hoy en día hace falta algo más para no quedarse atrás. De ahí que, aunque no concluyera la carrera, más de uno se ha atrevido a atribuirse un título que no había obtenido. Ejemplos hay a mares. Subimos de eslabón y aparecen los postgrados que se hacen pasar por másteres, aunque no exista motivo alguno para la confusión. Ahí tienen un conocido programa de formación en liderazgo político, que alcanzó la consideración de máster en el currículum de políticos populares como Javier Maroto, pero también en el de Pedro Sánchez. Por supuesto que ni de lejos se aproximan ambos tipos de cursos, pero los españoles se lo creen todo. Sigan con los másteres que imparten algunas escuelas de negocios privadas y se otorgan a políticos que apenas han concluido el bachillerato. En ocasiones, incluso dos al precio de uno. Y, alcanzando el máximo nivel académico, aparecen esas tesis doctorales plagadas de «similitudes» o «coincidencias» -¡qué eufemismos tan benevolentes!-, como la presentada por Pedro Sánchez o por Francisco Camps, también habitual de estas artes. Todo sea por ganar el reconocimiento social, esa «auctoritas» que no se adquiere por el simple hecho de disponer de un cargo público.

Más allá de cómo concluya el espectáculo en el terreno político, inquieta la afectación que produce fuera de ese contexto. Porque, sin lugar a dudas, aquí perdemos todos. Los hechos que se están conociendo ya son demasiado habituales y, por supuesto, poco ejemplarizantes para los jóvenes españoles. Ojo, que llueve sobre mojado. En un país en el que el 80% de los estudiantes preuniversitarios reconocen ser habituales del «corta y pega», solo nos faltaba esto. Nada que ver con esa «cultura del esfuerzo» que tanto se echa en falta. Muy al contrario, se favorece la cronicidad de la «cultura del pelotazo», la misma que nos ha caracterizado durante tantos años, aunque en esta ocasión se limite al terreno académico. Vayan luego a decirle a los chavales que hay que dejarse los codos -y lo que no son los codos-, si quieren llegar a ser mínimamente competitivos en esta jodida sociedad. Cuando el exceso de «coincidencias» en tesis o trabajos de máster alcanza a una ministra, a un líder de la oposición, a distintos presidentes autonómicos o, incluso, al mismísimo jefe del Gobierno, ya me dirán ustedes cómo se convence a un universitario para que no recurra al mismo atajo. Mal ejemplo.

Ahora bien, si malos -muy malos- son los políticos que abusan de estas situaciones, digo yo que algo de responsabilidad tendrán también las universidades implicadas. Supongo que algo falla cuando la Rey Juan Carlos ha dilapidado el mucho o poco crédito que le quedaba. En sus másteres se ha hecho evidente que tanto montan, montan tanto, populares como socialistas. Tampoco es muy loable el exceso de celo de la Universidad Camilo José Cela, custodiando la tesis del presidente del Gobierno como si del Santo Grial se tratara. Bien ha hecho el propio Sánchez en aceptar -¡por fin!- que se publique íntegramente el texto para dejar de dar pábulo a las sospechas que, en gran medida, se han generado por su propio ocultismo. «Mi tesis ya estaba colgada en Teseo desde hace meses», decía y escribía Sánchez esta semana. El presidente faltaba a la verdad y eso es grave. Muy grave. Su tesis no ha estado disponible en esa base de datos (Teseo). ¡Ay, mentirosillo!

En fin, que entre unos y otros, la casa por barrer. Y, en medio de tanto despropósito, más descrédito para unas universidades que ya tienen bastantes problemas que afrontar. Solo les faltaba los sueños de grandeza de tanto botarate. ¡País!

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