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Rafael Simón Gil

En cien días cien batacazos

Que la tierra gira alrededor del sol es algo que conocemos desde hace más de cien años. Que el comunismo ha fracasado como sistema político respetuoso con las personas, los derechos humanos y la libertad es algo que conocemos desde hace más de cien meses. Que el «nacioalindependentismo» catalán es xenófobo, excluyente, rencoroso, violento, antidemocrático y pueblerino es algo que conocemos desde hace más de cien semanas. Y que el Real Madrid es el mejor equipo de fútbol del mundo es algo que conocemos desde el principio de los tiempos. Estos axiomas, por su ontológica y científica propiedad, no necesitan mayores reflexiones, cualquier tesis doctoral las refrendaría sin necesidad de plagio. Pero que un gobierno, el de Pedro Sánchez, se haya pegado tantos y tan sonoros batacazos en tan poco tiempo es algo que conocemos desde hace solo cien días. Sin embargo, y a diferencia de aquellos axiomas enunciados que resultan irrebatibles, el conocimiento de los graves tropiezos del gobierno Sánchez requiere una más que conspicua explicación. En ello estamos.

Cuando se llega al gobierno de una nación -y España, incluida Cataluña, lo es con mayúsculas- con el marchamo de la honestidad, la regeneración política, el discurso ético, la limpieza estética, la eficacia, los méritos y la lucha contra la corrupción, se le está diciendo al pueblo que los otros son los malos y nosotros los buenos; que los otros son los corruptos y nosotros los puros; que los otros iban por el camino a la perdición (personal y la de España) y nosotros venimos beatificados por el buen camino; que los otros carecen de principios éticos y nosotros estamos aupados en el pedestal de la superioridad moral. Ese era el mensaje; esos son los bolsillos de cristal; esta debe ser la prueba de ejemplaridad a la que debemos someternos. Y si además hablamos de un gobierno nombrado por el doctor Sánchez, compuesto por ministras y ministros válidos, eficaces, preparados, coherentes, de convicciones firmes, con sentido de Estado y en las antípodas de la menor mácula de fraude o deshonestidad, si hablamos de un gobierno así, digo, la responsabilidad adquirida por el pomposo reto es exponencial.

Pero hete aquí que al cabo de tan solo siete días (los que Dios necesitó para crear el mundo), el mediático ministro de Cultura, Máxim Huerta, tenía que dimitir a su pesar por un quítame allá esas pajas con la Hacienda Pública, unas nimias disfunciones tributarias que al parecer ocultó al doctor Sánchez. Antes de irse, y por aquello de la superioridad moral, del listón estético, Huerta se despachó con la prensa declarando ser víctima de una jauría. Siete días tardó la jauría en destrozar su inmaculada trayectoria. Pero si este insólito, por fugaz, acontecimiento fuera poco relevante, el gobierno del doctor Sánchez, sus ministras y ministros, dan comienzo a una escalada de categóricas afirmaciones, de decisiones oportunistas, repletas todas de la más rancia ideología sobre temas especialmente sensibles para España y los españoles. Vean.

Sin entrar en el incumplimiento de elecciones anticipadas que se han volatizado porque según la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, «o la democracia es Estado de Bienestar o estamos hablando de contar votos malamente» (inquietante tesis doctoral de derecho constitucional sobre la vacuidad del voto), el gobierno del doctor Sánchez declara urbi et orbi que acogerá con los brazos abiertos y con la explotación mediática pertinente, a los inmigrantes del «Aquarius». Pasado el efecto de los fuegos artificiales, el ministro del Interior Marlaska ordena la expulsión superexprés de 602 subsaharianos que habían entrado en Melilla saltando violentamente la valla. Así, la ministra de Justicia, Delgado, pasa de realizar gruesas manifestaciones sobre la no defensa del juez Llarena ante la impúdica demanda que el fugado independentismo catalán le presentó en Bélgica, a rectificar tres días más tarde diciendo que se le defendería hasta las últimas consecuencias. Un error de interpretación. Así, la ministra de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Magdalena Valerio, reconocía sin despeinarse que le habían colado un gol tras el visto bueno a la constitución de un sindicato de trabajadoras sexuales. Convendría que la ministra vigilase más su portería. Así, como colofón a tanto desatino impropio de quienes se consideran varios escalones por encima de sus adversarios políticos y del pueblo, la ministra de Defensa de España, Margarita Robles, dice un día que no venderá unas cuantas bombas a Arabia Saudí porque son muy malos y malas (las bombas) y, al poner en riesgo varios miles de puestos de trabajo en astilleros de Cádiz por el contrato de unas corbetas buenas a la mala Arabia, rectifica sin despeinarse diciendo que entrega las bombas malas porque ya son buenas (¿serán de butano?). Y, en fin, a los cien días de ser nombrada ministra de Sanidad, Carmen Montón tiene que dimitir, muy a su pesar, por irregularidades y plagio en su trabajo de fin de máster. Ni ella ni el doctor Sánchez se habían enterado.

El doctor Sánchez, flamante presidente del Gobierno de España -incluida Cataluña- con el apoyo independentista, podemita y de Bildu, no acaba de entender cómo su gran amiga y mejor profesional, Montón, haya podido realizar plagio en su eximio trabajo académico. Y no lo entiende el doctor Sánchez porque él, sí, el doctor Sánchez, está vacunado de los plagios. Cuando te instalas en la superioridad moral, en el cristal de la trasparencia estética, convendría tener presente el epitafio que guarda la tumba de Kant extraído de su Crítica a la Razón Práctica: «El firmamento estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí». Como Zapatero se hizo supervisor de nubes, solo nos falta verificar el cumplimiento de la ley moral.

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