No es el primer artículo que remito a este diario que con tanto cariño siempre me ha distinguido, pero sí será el primero en el que haré constar varios pasajes de mi devenir por cuanto el hecho del mismo lo exige.

A mis 68 años, tras haber pertenecido a nuestro mundo laboral como zapatero, de lo cual me enorgullezco, tuve la oportunidad de ingresar en la UMH. En estos momentos me preparo para presentar en breve mi trabajo fin de carrera en Ciencias Sociales y Jurídicas. Lo entendido como Derecho.

Pero los acontecimientos vergonzosos a los que estamos asistiendo los ciudadanos españoles son una espada de Damocles sobre todos aquellos que pertenecemos a una universidad pública y donde, como es mi caso, soy testigo de esos universitarios que dedican sus jóvenes años a labrarse un porvenir, que proceden de familias de clase media y de clase menos media, que hacen un esfuerzo para el pago de los dichosos créditos, familias que posteriormente tienen que solicitar préstamos para que su hijo o hija puedan realizar un máster que enriquezca su curriculum.

Con nuestra juventud, en ocasiones, somos un poco ligeros en juzgarla y, como en la viña, hay de todo: uva picada y uva fresca y fértil, pero la mayoría es positiva. ¿Dónde encontramos los defectos? quizá provengan de las raíces que desde Primaria, tanto en la familia como en la educación, debían de regarse de forma más cuidadosa y está en nosotros, en los mayores, el ofrecerles ejemplos.

El excremento que la clase política está dejando caer sobre aquellos que accedemos a la universidad es perjudicial. El concepto que sobre el pueblo honrado, trabajador y llano, que está orgulloso de sus universidades como transmisores del conocimiento, es de tal magnitud destructiva que logra que una minoría destruya todo aquello que con tanto ardor y lucha hemos conseguido. Una minoría que, además, hemos sido nosotros los que les hemos ascendido.

¿Podíamos acceder a una universidad aquellos padres y abuelos de nuestros actuales universitarios?, ¡No! y por varias razones. No habían medios y no teníamos universidad, sólo podían acceder los pertenecientes a clases medias-altas. Aquellos pertenecientes a la clase dirigente que con sus acciones perjudiquen nuestros organismos deben de ser excluidos de sus cargos siempre que se demuestre su mal hacer en los mismos.

Me refiero a esa minoría, y hago hincapié en minoría, ya que no podemos juzgar a todos los que integran la clase política, como causante de estas situaciones actuales: de másteres falsos, negaciones que ella misma se desmiente, situaciones que desacreditan al Congreso de los Diputados donde radica el poder legislativo pero que no se legisla, que parece más un plató de televisión que un poder, con el poder ejecutivo a trancas y barrancas, con un poder judicial pilar del Estado, que no nos ilusiona.

Un país que pretenda un deseo de superación económica, social laboral, sanitaria, pleno empleo, pagas de jubilación justas, debe de exigir que de inmediato se recuperen sus tres poderes, se dediquen sus dirigentes a trabajar por el pueblo que les sostiene y que antepongan los valores del pueblo antes de los que les marquen sus partidos para conseguir la mayoría de votos. El voto no siempre se debe conseguir cueste lo que cueste, debe ser una consecuencia del buen hacer.

El ciudadano español se lo merece y lo puede con conseguir si se le guía por el camino de la verdad y el esfuerzo de quienes lo dirigen.