er chulo sale a cuenta y ser puta, rara vez. El delito está primado. La prostituta no delinque al serlo. El proxeneta rara vez se queda en su papel de segurata a porcentaje.

Un rufián puede alcanzar la consideración social, administrativa y tributaria de un empresario de servicios, aunque actúe fuera de toda ley como un esclavista cuyas herramientas y prácticas incluyen, como autor o cómplice, el engaño, la estafa, el tráfico de mujeres, la violación sistemática como doma hasta acabar con la resistencia de la víctima, la explotación económica extrema, la violencia física y psicológica, la retención y limitación de movimientos equivalente al secuestro...

No son secundarios el tráfico y/o la venta de drogas, el blanqueo de dinero negro y, a su vez, el ennegrecimiento de dinero para la economía sumergida. Pero sale a cuenta.

No sabemos si cumplen penas. La idea generalizada es que cuando los detienen vuelven a la calle y al negocio en 72 horas a más tardar. Las condenas no son proporcionales a la gravedad de los delitos que cometen. Ni siquiera tienen pena de telediario porque no son conocidos y porque cuando hay una operación contra ellos lo que se ofrece a los medios son imágenes de nalgas y piernas de mujeres con rostros pixelados.

En todo el debate de la prostitución que se fija en la prostituta o en el putero, en la libertad o no del intercambio carnal y económico puede haber muchas dudas, posiciones y propuestas. El asunto no es nuevo y ninguna política acaba de funcionar como quisiéramos para una sociedad que mereciera la pena. Con mejor tipificación y una persecución del delito bien dotada ahorraríamos toda el «spam» propagandístico misándrico que prepara el Comité de Damas de las Buenas Costumbres.