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Toni Cabot

Franco y el nepalí

He esperado a que se jubilara para hablarles de mi amigo y vecino Manuel Lorenzo García-Ormaechea, diplomático de carrera que alcanzó el merecido descanso tras cubrir la última escala como embajador de España en Haití, donde puso fin a una brillante trayectoria profesional con una última misión de Estado que coincidió con la visita oficial al país caribeño de la Reina Letizia, cuya profesionalidad, por cierto, ensalza y elogia sin reservas.

Manuel es hijo del ingeniero José María Lorenzo, primer impulsor de la fábrica de aluminio de Alicante a mediados de los años 50, y nieto del ilustre Manuel Lorenzo Pardo, a quien se atribuye la paternidad de la Confederación Hidrográfica del Ebro, el plan Hidrográfico Nacional y el trasvase Tajo-Segura durante su etapa de ministro de Obras Públicas del gobierno de Indalecio Prieto. A mi amigo y vecino Manuel, les decía, la carrera diplomática le reservó el debut en el funeral de Franco, a mediados del mes de noviembre del 75, que como todos los noviembres en Madrid aparece envuelto de una temperatura poco agradable.

Durante aquellos gélidos días el cuerpo de embajadores se movilizó para atender a los países que enviaron representantes a las exequias del Caudillo, atendiendo siempre a un par de directrices claras: vestir de riguroso chaqué, sin ninguna prenda más de abrigo en los actos oficiales -contrariedad que los diplomáticos aliviaron empapelando su cuerpo por debajo de la ropa con las páginas del ABC- y mirar hacia otro lado a la hora de pagar los gastos del visitante extranjero. A Manuel le asignaron una autoridad de Nepal, que se presentó con un atuendo parecido a un pijama y un fino gorrito que recorría la parte central del cráneo. Curioso e inquieto, el nepalí decidió romper filas en la capilla del Valle de los Caídos para colarse frente a la lápida de granito con tal de no perder detalle del momento en que los ujieres desplegaban las cuerdas para bajar el ataúd a la fosa. - «¿Quién se encarga del tipo este del pijama?», se escuchó entre el silencio una voz algo subida de tono, perfectamente atribuible a Serrano Suñer, reclamando la inmediata presencia del embajador asignado al asiático para recolocarlo en su sitio: «Sáquenlo de aquí ahora mismo».

A regañadientes, el representante de Nepal abandonó, agarrado por Manuel, la privilegiada ubicación ganada con pericia y desparpajo, pero, eso sí, ufano y con una media sonrisa en el rostro por haber presenciado en primera línea durante unos breves segundos un acontecimiento histórico. Me viene todo esto a la mente al no tener muy claro a estas alturas si la exhumación de Franco debe encabezar el orden de prioridades de Pedro Sánchez tras perder dos ministros y ver a los de mi generación temblando por la hucha de pensiones.

No obstante, una vez metido en harina, me atrevo a proponer que, de llevarla a efecto, busquen y traigan al nepalí, si todavía está en este mundo, para colocarlo en primera fila. Quien tanto empeño puso en ver cómo lo bajaban se ha ganado el derecho a presenciar cómo lo suben.

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