He guardado siempre, desde la extinta EGB hasta mis últimos estudios, todas las publicaciones de libros de texto que he utilizado en mi formación. En cierto modo me parecen parte de mi propia existencia. Tengo una veneración, casi patológica, por los libros impresos. De tal guisa, que me emociona ver, tocar y poseer libros con historia. Cualquiera de los libros que alberga mi biblioteca que tenga más de doscientos años de antigüedad merece un sentimiento. Siempre me alberga la sospecha de quienes han buceado por esas páginas. Quiénes fueron sus propietarios. Cómo pasó de unas manos a otras. De cuántos incendios se libró el libro. Quiénes anotaron palabras y comentarios en sus páginas y por qué.

Los libros pueden ser un artículo en extinción desde que se inventó la imprenta. Pero como el que colecciona monedas o sellos, necesito tenerlos. Hay un cierto fetichismo en ello.

Ahora que arranca el curso escolar los libros de texto vuelven a los noticiarios. La noticia que sorprende es la de que nuestro sistema educativo alberga 10.839 textos diferentes. Seguramente, y si lo comparamos con el resto de países de nuestro tamaño, somos los líderes. Pero ese liderazgo se me antoja negativo. ¿Alguien, de verdad, cree que nuestro sistema educativo mejora con esa tremenda disparidad de textos? ¿Cree alguien que la variedad, y la cantidad, mejoran la calidad de nuestros estudiantes? A juzgar por los informes de evaluación internacionales, no parece que nuestros estudiantes sean mejores por tener más ofertas de libros de texto.

El otro día comentaba el gran Fernando Savater como se comentan en las comunidades autónomas el cambio de horario. Recordaba que había algunas comunidades que se referían al hecho diferencial, el tener un horario distinto. A una especie de identidad territorial. Y él, graciosamente, opinaba que a lo mejor convendría tener 30 o 40 horas distintas. Dos horas más en Badajoz que en Alicante. Media hora menos en Albacete que en Alicante. Pues esto puede ser algo como lo de los libros. Una misma asignatura explicada por tantos intérpretes que acabe pareciendo otra asignatura distinta.

Y ocurrirá que la interpretación, por ejemplo de la historia, acabe mostrándonos a un Colón catalán descubriendo el mundo. Los textos, en cuanto libros, pueden sufrir la amnesia de quien los escribe. Incluso pueden reflejar todas las patologías mentales de personajes como Hitler o Stalin. Si la revisión de los acontecimientos históricos es bien distinta en los manuales que enseñamos a nuestros alumnos, podremos obtener resultados diferentes. A mí, por eso, siempre me interesó una enseñanza poco dogmática y más crítica. Lo difícil no es escribir un libro. Lo verdaderamente difícil es no hacer valer tu ideología en la mente que estás formando. Se trataría de involucrar su ímpetu intelectual con su rabiosa crítica. Es sintomático que muchas de las ideologías, y de las religiones, hayan querido dominar, o quemar, algunos libros para reconvenir a sus lectores.

Tenemos que formar lectores que sean capaces de leer con espíritu crítico. Porque si no acabarán creyendo todo lo que leen. Ocurrió con el holocausto. Leer no significa creer. Significa ejercer el derecho a la duda. Y la duda es la única herramienta de control contra los totalitarismos.

Hoy los libros de texto, y mira que hay muchos, están cuestionados por videos de youtube. Una parte de los jóvenes ha acabado entregado a las teorías de las conspiraciones bien radiadas y televisadas en videos de formatos juveniles. Da igual que los que hemos sido formados en la radicalidad de buscar los hechos, y no los prejuicios, seamos capaces de desmontar patrañas. Una caterva, una legión, de indocumentados suplanta los textos por video reportajes. Y en esa lucha, da igual que tengamos más o menos textos, más o menos variedad, más o menos tolerancia. Lo verdaderamente necesario no son textos, son formas de entender el pasado, el presente y el futuro. La libertad no se consigue aceptando las tiranías digitales. Se consigue aprendiendo más que los demás. Y cuestionando los textos apócrifos. Más libros, más libres. Pero ganemos nuestra propia libertad, no dejándonos llevar por el plácido camino de la video realidad. Bienvenidos al nuevo curso escolar.