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Isabel Vicente

Prostitución sin hipocresía

El Gobierno considera una burrada legalizar el sindicato de trabajadoras del sexo cuya tramitación ha costado el puesto a la directora general de Trabajo, Concepción Pascual, tras «colarle un gol por la escuadra» a la ministra Magdalena Valerio, según sus propias palabras. Mientras las autodenominadas trabajadoras sexuales creen que con un sindicato pueden mejorar su situación laboral y garantizarse vacaciones, bajas por enfermedad o jubilación como cualquier otro hijo de vecino, el Gobierno plantea que aceptar la creación de un sindicato de este tipo equivale a dar el visto bueno a la prostitución y, con ella, a la trata de blancas y a la esclavitud sexual. Todo esto está muy bien si no fuera porque, con o sin derechos, la prostitución existe, no está precisamente escondida y nadie parece tener ganas de erradicarla de verdad. Vemos a las chicas en los laterales de las carreteras, con su chulo a unos metros, en clubes que pregonan el negocio con bombillas de colores y siluetas de mujeres desnudas, y en las esquinas de cualquier ciudad. Y no se hace nada. Aceptamos que hay prostitución con aquel latiguillo de que es tan vieja como el mundo, pero demonizamos los intentos de estas mujeres de organizarse para arañar algún derecho, porque sería tanto como reconocerlas. Muchos querríamos que no existiera la prostitución, por supuesto, pero existe y seguirá existiendo mientras se dé licencias a los clubes y se haga la vista gorda ante los proxenetas y ante los clientes, esos que pagan 5 euros por una felación y esos que llegan al club en un coche con lunas tintadas para, al día siguiente desde sus tribunas, rasgarse las vestiduras por la idea de que las prostitutas se organicen. No sé cómo el Gobierno puede tener tan claro un tema con tantas aristas. Mejor sería escuchar todas las posturas, debatir y decidir. Pero, por favor, sin hipocresía.

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