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Juan R. Gil

Crimen sin coartada

El posible adelanto de las elecciones autonómicas nos ha mantenido entretenidos todo el mes de agosto

Quienes hayan tenido la osadía de seguir informándose de política en este mes de agosto que acabamos de despedir se habrán visto sorprendidos porque en la Comunitat Valenciana el debate no haya estado centrado en cuestiones capitales y que afectan a la vida de los ciudadanos: no hemos hablado de economía (ni nueva ni vieja), solidaridad, dependencia, paro, vivienda, educación, sanidad... Cómo habremos estado de entretenidos que, si no llega a ser por mi compañero F. J. Benito, hasta se nos pasa (les recalco la ironía) que el Gobierno de Sánchez había aprobado un trasvase fantasma cuya agua jamás había llegado a los campos porque a alguien se le olvidó publicar el acuerdo en el BOE. No, qué va: a lo que hemos dedicado el mes no ha sido a preparar el curso que empieza esta semana, trascendental sobre todo ahora que la desaceleración vuelve a acecharnos, sino a especular sobre si las elecciones autonómicas que corresponde celebrar junto a las municipales y europeas el 26 de mayo se adelantarán o no. Volvemos a lo de siempre: se nos dijo que los ciudadanos iban a estar a partir de ahora en el centro de la acción política y lo que están es de espectadores del teatrillo político, que no es lo mismo. ¿Adelantar las elecciones? Como poder, se puede, gracias al último cambio del Estatut. La pregunta es para qué. Y por muchas vueltas que se le dé no hay razón alguna relacionada con el buen gobierno de la Comunitat. Cualquier justificación para hacerlo tendría que ver, única y exclusivamente, con intereses de partido, pero no con los generales.

A ver: hay quien alega que la facultad de disolver las Corts antes de finalizar la legislatura y convocar elecciones anticipadas es una potestad sobresaliente del autogobierno y que, por tanto, ejercerla es fortalecer éste. Siempre me ha parecido discutible que el que un presidente tenga en sus manos cercenar un mandato de cuatro años a voluntad tenga nada que ver con el autogobierno, excepción hecha del suyo propio. Salvo momentos de auténtica crisis, donde la posibilidad de convocar a la ciudadanía a las urnas se vuelve algo positivo y necesario, la inmensa mayoría de las veces que los presidentes, sean del Gobierno central o de las autonomías cuyo estatuto lo permite, utilizan esa atribución, lo hacen por interés propio y partidista, y no por ningún otro motivo. Eso de que separar las elecciones autonómicas de cualquier otra es necesario para distinguirse sólo es un mantra propio de la fontanería de los partidos, que a los electores se la trae al pairo.

Pero incluso para darse el capricho, o aprovechar una supuesta coyuntura favorable, un presidente necesita de coartada para reducir el mandato de los representantes de los ciudadanos, votados para cuatro años y ni un día menos. ¿Existe esa coartada hoy en la Comunitat? Sinceramente, no parece. ¿Hay roces entre los dos socios de gobierno, socialistas y Compromís y entre estos y su apoyo parlamentario, Podemos? Pues claro. E irán a más. Los tres partidos que firmaron el pacto del Botánico que llevó a Ximo Puig a la presidencia de la Generalitat compiten en un mismo espacio electoral, y necesitan ir diferenciando sus propuestas para la próxima cita con las urnas, así que esa tensión era esperable y crecerá. Pero una crisis de gobierno no es lo mismo que una pelea de patio de colegio. Una crisis de gobierno sería que en el próximo Debate del Estado de la Comunidad Mónica Oltra censurara a Puig desde la tribuna. Que la propia Oltra y/o varios consellers dimitieran. O que los presupuestos no se aprobaran por el rechazo de Compromís o Podemos. ¿Va a pasar eso? No parece.

También hay quien ha señalado las dificultades para gestionar de un gobierno que es el segundo de coalición en 35 años de autonomía (el primero fue el de Zaplana y Lizondo en la legislatura 95/99) y que diseñó una arquitectura administrativa nueva, el llamado mestizaje por el que los dos partidos integrantes del Ejecutivo no sólo se repartían las consellerias, sino también los altos cargos dentro de cada una de ellas, con independencia de quienes estuvieran en la cúpula de las mismas. El mestizaje tuvo una razón de ser: el fomentar la solidaridad de los dos partidos en el conjunto de la acción de gobierno y evitar que, en vez de uno, en la práctica hubiera dos Ejecutivos campando cada cual a su aire, como pasó por ejemplo con el tripartito de PSOE, Guanyar y Compromís en Alicante. Ese objetivo se consiguió. Es cierto que a cambio de que la gestión de las consellerias se haya complicado mucho y en ocasiones se haya visto lastrada por la falta de confianza entre quienes desempeñaban los puestos principales en las mismas. Pero eso ha ocurrido durante los tres años que lleva en funciones este Consell: ni es un fenómeno nuevo, ni se ha agravado más allá de los excesos en twitter propios de tanto bisoño como anda suelto en uno y otro partido.

No hay, por tanto, razones de gobierno que justifiquen un adelanto electoral. Pero tampoco las que, sotto voce, y sobre todo desde el aparato de presidencia de la Generalitat, se esgrimen, ya en tono claramente partidista, parecen tener excesiva lógica. Se alega, por ejemplo, que al PSOE le interesa, en su pugna electoral con Compromís, separar las elecciones autonómicas (donde según esa teoría le iría mejor) de las municipales (donde de acuerdo con el citado argumentario las posibilidades de Compromís crecerían y las del PSOE disminuirían). Pero no es eso, sino lo contrario, lo que pasó en 2015, donde la mayor ventaja de los socialistas sobre los de Oltra se dio, precisamente, en el cómputo municipal, a pesar de que en ese cómputo no participaba Podemos, que no se presentó con sus siglas a los comicios locales, dejando más terreno a Compromís.

Se alega, asimismo, que este es un momento dulce para el PSOE, con Sánchez en la Moncloa; difícil para el PP, con Casado recién llegado; y confuso para Cs. Pero hay análisis que, por excesivamente obvios, los carga el diablo. Al PP se le viene encima otro annus horribilis con las sentencias que están por salir y los sumarios por descerrajar, con lo que es aventurado decir si la posición de Casado es ahora peor de lo que puede serlo mañana. Cs es una incógnita y lo seguirá siendo y no creo que su confusión sea tanta: Rivera tiene claro el objetivo, que es sobrepasar al PP peleando en su mismo terreno para convertirse en el principal referente del centro derecha y, colateralmente, seguir siendo refugio de jacobinos desencantados de la izquierda pero que jamás votarían a los populares. Y en cuanto al «efecto Sánchez», para Puig puede ser un bumerán porque no le deja más remedio que cambiar de paso, de la reivindicación al pactismo, tal como se ha visto con la polémica sobre el déficit y la financiación.

El mayor logro del Consell salido del Pacto del Botánico ha sido el de convertirse en un gobierno de coalición verdaderamente sólido, mucho más de lo que nadie podía esperar. Pueden aumentar la tensión hasta hacerla insoportable y provocar entre unos y otros un adelanto electoral, pero entonces dilapidarán el mejor argumento que poseen para que les vuelvan a votar.

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