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Tomás Mayoral

La hora de la verdad

Seamos serios. Puede ser discutible el revisionismo histórico de desenterrar a Franco del Valle de los Caídos, porque, por esa misma regla de tres, hay otros insignes monstruos de nuestra historia que no deberían estar enterrados, con honor, en el lugar donde están. Fernando VII, sin ir más lejos, un auténtico miserable, por muy rey y Borbón que fuera, cuyos restos reposan en El Escorial como si semejante felón sanguinario y matarife del pueblo que le adoraba mereciera tal destino. Lo que es indiscutible es que hay que acabar, como hemos intentado en estos últimos 43 años en el caso de Franco, con sus obras, sus leyes y con lo que nos depararon. Irónicamente, casi todo ha cambiado. Salvo la hora.

El 16 de marzo de 1940, el Caudillo decidió hacerle la pelota al Führer y por sus santos bemoles ordenó y mandó que en vez de la hora de Londres, que nos corresponde por geografía, debíamos estar en la de Berlín. Así que ese día, las once fueron las doce y perdimos una hora que nadie ha devuelto a los españoles en los últimos 78 años.

En el otro debate, el del absurdo vaivén horario de cada año, la cosa está fácil, porque solo hay que sumarse a la resistencia unánime del resto de europeos, que es lo que ha llevado a Juncker a poner sobre el tapete acabar con tan mareante meneo. Donde yo quiero ver a Sánchez arrimarse al toro es en lo otro: en volver a la hora que nos corresponde más allá de horarios estivales o invernales. Mira que es fácil, pero no se atrevieron ni González ni Zapatero. No se atrevieron Suárez ni Aznar ni, por supuesto, Rajoy.

Me dirán que había (y aún hay) muchas otras cosas que cambiar en España. Y es verdad. Pero en estos 78 años hemos vivido en la hora ficticia que nuestro tirano preferido nos impuso. Si es por símbolos, ¿hay algo más simbólico que el tiempo? Después de muerto, Franco aún nos impone el suyo.

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