Volviendo la vista atrás podríamos ver aquella imagen de hace tres años en la que la abarrotada puerta del Consistorio torrevejense despedía un olor que mezclaba tres aromas: Ilusión, Esperanza y Fe.

Fe, esperanza e ilusión en un cambio a mejor; en una manera diferente de hacer las cosas que llevaran a Torrevieja a donde muchos entendíamos debía regresar, que no era otro lugar, que ser de nuevo el referente turístico, comercial, empresarial, económico y cultural de la comarca de la Vega Baja. Tres años después de aquella mañana que muchos consideraron histórica, miras el salón de plenos una tarde de sesión plenaria, y ves cómo aquel salón lleno de ilusión, hoy sólo lo ocupan ya cuatro vecinos que, bien por su trabajo o bien por su fe ciega, aún asisten a ver lo poco que allí se cuece.

Bastantes, por no decir muchos, eran los retos que los nuevos gobernantes debían abordar y la tarea no era fácil. Se hablaba de convertir a Torrevieja en ciudad, de darle la importancia que por número de habitantes tiene, no sólo en la provincia de Alicante, sino también en la Comunidad Valenciana. Se hablaba de consenso, de mayorías y de proyecto común, de servicios acordes a lo que los torrevejenses merecemos; se hablaba de un nuevo concepto cultural, de un transporte público eficaz, de transparencia, participación y modernidad, de un nuevo proyecto turístico y de un impulso comercial, se hablaba de nuevas ideas, de nuevos paseos, de Universidad y hasta de canales navegables.

Se hablaba de equipo, de nuevas políticas y de formas diferentes de hacer las cosas, se hablaba de gestión del gasto, de inversión, de mejoras en parques y jardines, de oportunidades para todos, se hablaba de dejar atrás viejas políticas clientelares basadas en el enchufismo, amiguismo o «cuñaismo», llámenlo como quieran.

Se hablaba de una policía local eficaz, motivada y sin problemas internos, de un nuevo servicio de recogida de basuras, se hablaba de acabar con los barracones, de colegios nuevos y parques para nuestros niños, se hablaba de transformación, hasta se hablaba de moción de censura para recuperar el gobierno perdido. Se hablaba...

Se hablaba mucho y de muchas cosas. Tres años después nada de nada, ni los unos ni los otros, ni los de antes ni los de ahora, ni los nuevos ciudadanos ni los bisoños soñadores han sido capaces de conseguir que se ejecute nada de lo que se hablaba y hablaba.

Hoy, sin nuevos colegios, sin gestión, sin impulso ni comercial, ni empresarial ni cultural, sin apenas inversión, sin mejoras, sin policía local motivada, sin contrata de basuras, sin moción de censura y hasta sin ese olor que mezclaba esos tres aromas ilusión, esperanza y fe.

Ya sólo me queda volver la vista atrás y reconocer cuánta razón tenía mi admirado «Capitán» cuando, mirando a sotavento, con esa media sonrisa y con su lúcida cabeza coronada por su característica gorra me decía, café en mano y con mucha sorna, «Pablo hoy y siempre las palmeras sin podar».