Por refrescar la memoria y puede que alguna conciencia: el gobierno de la derecha en la Comunitat dejó tras de sí un panorama no apto para personas que combinan lucidez y tendencia a la depresión. El PP, que ganaba elecciones y gobernaba haciendo trampas (varias sentencias judiciales lo acreditan), generó un clima de corrupción, despilfarro, impunidad e insensibilidad; ejerció amiguismo, opacidad y enchufismo; falseó datos; olvidó y no pagó inversiones dejando estructuras a medio construir; dejó en caja una deuda de cuarenta y cinco mil millones de euros, hipotecas, multas y sanciones ajenas que pagamos y pagaremos por décadas...

Eso era hace tres años. El gobierno de Ximo Puig se encontró con un lastre a modo de pecado original y arrancaba desde boxes, muy lejos del ruido y la emoción de la parrilla de salida, sin más combustible la decisión de intentar la remontada, a sabiendas de que además habría tormenta, porque a la derecha todo aquello aún no le parecía suficiente y, para asegurar nuestro fracaso, el PP pone en marcha su martillo memoricida, se desprende de sus recuerdos y se presenta amnésico y angelical, libre de todo mal y metamorfoseado en salvapatrias chulesco, se lía a centrifugar culpas a destajo y a repartir reproches a discreción. Sumemos a esto todo un ejército mercenario de aplaudidores y abucheadores perfectamente afinado y listo para seguir las órdenes al partido que les paga, faltaría más, pero con el dinero de todos.

Y empieza el concierto en tabarra mayor sostenuta: nos acusan de no hacer en un chasquido de dedos lo que ellos no hicieron en un par de décadas (exigencias cínicas sobre sanidad, agua, educación, igualdad, economía, empleo...), de sí hacer cosas que ellos sí hacían y veían bien (¿o disimulaban?) hasta hace dos días (acercar o liberar presos de ETA, intentar erradicar la Xylella, sacar a Franco del Valle...), de no hacer lo que ellos sí sacaban adelante con poco razonadas urgencias (recortar derechos y libertades, bajar sueldos y pensiones, acabar con la negociación colectiva, proteger a defraudadores, delincuentes y corruptos...) y hasta de sí hacer lo que ellos no quisieron (ser solidarios, rescatar personas, eliminar el copago, dar medicación a los enfermos de hepatitis C, apoyar a los ayuntamientos, crecer más que las otras 16 autonomías, crear empleo, solucionar lo de la Ciudad de la Luz, apoyar a los agricultores y regantes, construir colegios, más financiación...).

Y hay remontada, pese a todo: hemos pasado de la vergüenza al sano orgullo, de la corrupción a la decencia transparente, de la ruina a liderar el crecimiento en España, de la insensibilidad a la participación, de la prepotencia a la complicidad, del despilfarro a la defensa del dinero de la ciudadanía, de la incertidumbre de la economía pasiva basada en viejas recetas, a la estabilidad de una hoja de ruta proactiva que nos dará más garantía de futuro, especialmente en esta provincia.

Entre nosotros: el secreto está en un cambio de magia. La de antes consistía en la desaparición de billetes aquí y su aparición (ale-hop) en paraísos lejanos. La de ahora consiste en que Ximo Puig y el Consell del Botánic dirigen un equipo que ha hecho de su trabajo una causa, le echa las horas que haga falta (sin cobrarlas), pone a las instituciones al servicio de las personas, los colectivos sociales representativos, los sectores de actividad, los ayuntamientos..., empatiza con una gran parte de la sociedad y, al parecer, ésta se está sintiendo más amparada y apoyada que en los últimos tiempos. Lógico.