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El destino de la momia

El problema de fondo es lo que se hace con el Valle de los Caídos, no con los restos del dictador

Los que hemos vivido buena parte de nuestra existencia durante la dictadura de Franco sabemos que el general ferrolano usaba modos y maneras propios de un sátrapa oriental. Se hacia llamar "Caudillo" y " Generalísimo" (es decir, general en grado superlativo); acuñaba moneda con su efigie y una leyenda que atribuía la fuente de todo su poder a la "gracia de Dios"; proponía al Vaticano el nombramiento de obispos; entraba en las iglesias bajo palio; se hacia acompañar de una vistosa guardia mora (la utilización de una tropa mercenaria magrebí para defender la civilización cristiana es un sarcasmo histórico insuperable); y acabó restaurando la monarquía borbónica al designar como rey de España a Juan Carlos I ("nombro sucesor mío, a titulo de Rey...", dejó escrito en su testamento político).

Por tanto, a nadie extrañó que, a imitación de Felipe II, ordenase construir en el municipio de San Lorenzo del Escorial un gigantesco monumento funerario destinado a servir de enterramiento a combatientes de los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil. Las obras comenzaron en 1940, concluyeron en 1958 y en el curso de las mismas fueron utilizados, como trabajadores sin sueldo, prisioneros del derrotado ejército republicano. La identificación de los cadáveres de todos los allí sepultados es prácticamente imposible ya que están mezclados los unos con los otros y muchos de ellos confundidos con elementos de la propia construcción. No obstante, las tumbas de más relieve y más fáciles de reconocer son las del propio Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, El primero en llegar allí fue el fundador de la Falange Española no sin antes cumplir un azaroso peregrinaje. Primero (1936) fue enterrado en Alicante tras haber sido fusilado en cumplimento de una sentencia por rebelión militar. Luego (1939) sus restos fueron trasladados al monasterio de El Escorial (lugar de enterramiento de los reyes de España) a hombros de una comitiva funeraria que se iba relevando en la tarea con acompañamiento de antorchas y disparos al aire. Y más tarde (1958) llega al Valle de los Caídos con parecida parafernalia.

Se rumoreaba estos días que también se removería su tumba al mismo tiempo que la de Franco, pero la vicepresidenta del Gobierno aclaró que José Antonio es también una víctima de la Guerra Civil y por tanto tiene perfecto derecho a permanecer allí, si bien en un lugar no tan destacado como el que actualmente ocupa. Una declaración que nos hace pensar que el gobierno de Sánchez tiene el propósito de respetar el objetivo de Franco de que el faraónico monumento sirva de lugar de enterramiento de combatientes de los bandos enfrentados en la contienda fratricida.

Curiosamente, no hay constancia documental de que el dictador hubiera expresado nunca su voluntad de ser enterrado en aquel lugar ni ordenado ninguna obra en previsión de ello. Lo que hace recaer toda la responsabilidad de la elección en el Rey Juan Carlos I, ya Jefe del Estado, y en Arias Navarro, que era su presidente del Gobierno, además de plañidera oficial del Reino. Lo que ocurra con la momia de Franco (en óptimo estado de conservación tras haber sido embalsamada) aun dará lugar a episodios rocambolescos. Porque el problema de fondo es lo que se hace con el Valle de los Caídos, no con los restos del dictador.

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