La autovía central y van que chutan. Con esta frase coloquial se podría resumir la política de infraestructuras de los sucesivos gobiernos centrales respecto a una amplia área geográfica de la Comunitat Valenciana en la que se incluyen las comarcas industriales de la Vall d'Albaida, l'Alcoià, El Comtat y la Foia de Castalla. Se cumplen siete años desde la inauguración del último tramo de la gran carretera interior entre Alicante y Valencia y este territorio, con más de 200.000 habitantes y con un notable peso en la economía autonómica, ha sido excluido de todos los debates sobre el futuro de las comunicaciones valencianas, convirtiéndose en una zona muerta en la que ni siquiera resuenan las promesas de grandes proyectos. Conforme pasa el tiempo y se hace patente este agravio, entre los habitantes de estas tierras perdidas entre montañas crece la sensación de que alguien en algún sitio ha decidido que vamos servidos.

Los grandes proyectos ferroviarios se han ido definitivamente a la costa. El Corredor Mediterráneo y la conexión por tren entre Alicante y València han apostado claramente por las zonas turísticas. Tampoco figuran estas comarcas en los listados para crear grandes plataformas logísticas repartidas por toda la Comunitat Valenciana, mientras actuaciones como la conexión por ferrocarril de Alcoy con Villena para enlazar con el AVE se han enterrado sin merecer ni la más mínima consideración de las instituciones públicas. Vivimos condenados a una cadena perpetua de tren Alcoy-Xàtiva; una línea férrea de chiste, que nadie se atreve a cerrar, pero que desde hace una treintena de años no recibe más inversiones que las estrictamente necesarias para que no se caiga en pedazos.

Sorprende negativamente el hecho de que una situación tan injusta se haya aceptado sin ninguna queja por parte de los poderes políticos y económicos de unas comarcas que basan su riqueza en una industria manufacturera eminentemente exportadora, cuya competitividad ganaría muchos enteros con la mejora de las comunicaciones. Mientras las patronales y los partidos del resto de la Comunitat presionan a las administraciones para que se agilicen los plazos de las obras en marcha y se movilizan para que se cumplan los grandes proyectos ferroviarios pendientes; aquí reina en el más absoluto de los silencios y el tema de las infraestructuras ha desaparecido del debate público, como si en este «privilegiado» rincón del mapa tuviéramos todas nuestras necesidades cubiertas.

Estamos ante un incomprensible ejercicio de conformismo por parte de nuestros líderes políticos y económicos, que parecen haber renunciado a cualquier tipo de reivindicación y que han dejado que poderes externos diseñen una red de infraestructuras en la que pintaremos más bien poco y en la que se mantendrán e incluso se acentuarán las diferencias entre una costa rica y bien comunicada y un interior pobre y aislado. A pesar de las crisis económicas y de los inevitables problemas políticos, iniciativas como el Corredor Mediterráneo o el tren de la costa acabarán convirtiéndose en realidad algún día. Cuando llegue ese momento, los habitantes de este rincón de la Comunitat Valenciana comprobaremos con disgusto que no estábamos invitados a la fiesta. Los territorios que han peleado por estos proyectos se llevarán los beneficios y a nosotros nos tocará, una vez más, encarar la batalla del futuro en inferioridad de condiciones.

Cuenta la leyenda que en los años sesenta del pasado siglo técnicos de la Ford visitaron la zona de Alcoy para analizar la posibilidad de instalar en ella una gran planta de producción de coches. El trato recibido por parte de las autoridades de la ciudad -que entonces vivía un periodo de vacas gordas en el textil y tenía un potente sector del metal- fue tan displicente, que al final eligieron Almussafes. Esta anécdota apócrifa nos debería servir de vacuna contra el victimismo y para enterrar de forma definitiva el viejo vicio de culpar a los enemigos externos de todos nuestros problemas. En ocasiones, las cosas malas pasan porque una serie de personas toman decisiones equivocadas. Vivimos un periódico crucial y el irresponsable desinterés mostrado por nuestras autoridades hacia el nuevo mapa de las infraestructuras valencianas puede acabar convirtiéndose un lastre que marcará de forma muy negativa nuestro futuro y que, si nadie lo remedia, nos relegará al triste papel de valencianos de segunda durante mucho, mucho tiempo.