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Ya dejé de temerle al miedo

El miedo ya no me frena. Me paraliza, me desestabiliza, pero no detiene mis pasos, ni silencia mis palabras. No tenía nada que perder. No temía nada, o mucho y tal vez por ello hablé. Y me liberé. Y dije la verdad, porque sé que es lo único que me ha ayudado hasta ahora. Ser honesta, con los demás pero sobre todo conmigo misma. Y no me arrepiento de nada. Temo por mi futuro profesional, por la estigmatización que existe en este país y en el mundo entero con respecto a las enfermedades mentales, pero no dejo de confiar en la bondad del ser humano. Quizás por eso estudié periodismo. Como Ryszard Kapuscinski muy bien declaraba: «Los cínicos no sirven para este oficio». Por ello, yo confío en que lo que ha movido a mi psiquiatra a llamar hoy a mis padres y recriminarles mis declaraciones ha sido el miedo. Parece ser que ella también siente miedo en muchas ocasiones. Y es médica, ojo. Es humana y tiene miedo. Como tú y como yo. Lo primero que quería que quedara claro cuando redacté el artículo de «Pacientes a casa por vacaciones» era que las profesionales (pues en este caso son mujeres) que me han atendido en el Hospital de San Juan desde que ingresé por primera vez hace cuatro años son auténticas expertas en Trastornos Alimentarios y están totalmente capacitadas para ejercer su trabajo. Lo que pretendí en todo momento fue brindarles una ayuda, que se hiciera algo por una Unidad que tanto yo como el resto de pacientes y familiares veíamos que se estaba yendo a pique. Parece ser que esta ayuda no ha sido bien recibida. Quizás no querían que las cosas cambiaran. Porque sí, llega un momento en la vida en que aprendes a conformarte con lo que tienes y te resignas un poco por supervivencia. Puede ser que estuvieran cansadas y no querían acompañarme en la lucha. Pero eso no legitima a que intenten disfrazar u ocultar la realidad. La realidad es que no es suficiente. No son suficientes seis camas. Ni una única psicóloga, ni una única psiquiatra, para toda la provincia de Alicante. No es suficiente media hora de consulta ambulatoria a la semana. Ni una terapia semanal impartida por psicólogas en prácticas (que con toda su buena voluntad intentan ayudarnos aunque no sepan cómo). Ni con enfermeros y auxiliares que no estén especializados en enfermedades mentales. Que, como dije, muchas veces me han ayudado más que los especialistas pues me han dedicado mucho más tiempo y atención.Y no, lo siento pero no, no es suficiente con que «reabran» la Unidad de Trastornos Alimentarios después de dos semanas de su improcedente cierre. ¿De qué sirve que se abra si no hay un psicólogo/a que pueda atender a las pacientes? ¿Si no hay profesionales (enfermeros y auxiliares) con determinada experiencia que puedan atendernos? Pues nada, como el cardiólogo está de vacaciones que venga a verme el reumatólogo que mira, quizás acierta en algo de lo que me diga o me mande. Yo quería y quiero (aunque tenga miedo) luchar para que cambien las cosas. Aunque suene muy utópico, soy joven y no me he rendido. Mis padres, que son «mayores» tampoco se han rendido. Porque lo de conformarse no es cuestión de edad, sino de ganas de luchar. Y aún creemos. Aún creo que servirá de algo todo esto. Que quizás las mujeres (porque sí, esta es una enfermedad de mujeres por mucho que haya un porcentaje de hombres que la padezcan) puedan librarse de ese lastre de complacencia y aceptación sociales que han mamado desde que nacieron. Confío y espero en que llegue un día en que respire tranquila. Que no me avergüence de toda esta lucha. Que me reencuentre algunas de mis compañeras de batalla y me digan que pudieron, que lo consiguieron, que no se rindieron, que fueron capaces de pedir ayuda siempre que se tropezaron en el camino. Y que la recibieron sin ningún reproche por parte de la Sanidad Pública. Porque hace unos meses llegué a decirle a mi madre que me sentía culpable. Culpable de estar ocupando una cama en un hospital, de costarle tan cara a este país, de ser una garrapata. La enfermedad de la culpa. La culpa de las mujeres. Escuchen: ayer fui a hacer una entrevista. Con mis dos ovarios, oye. Y no se me caerán las manos por trabajar donde sea. Que ya lo he hecho. Que he pagado mis impuestos. Que no soy un parásito. Que soy mujer, que tengo una enfermedad, sí, pero que puedo. Yo puedo. Porque decido vivir. Decido enfrentarme y dar la cara. Aventurarme aunque sea hacia un precipicio. Porque si me equivoco (que ya lo he hecho en numerosas ocasiones) pues me levanto y pido disculpas (que también lo he hecho repetidas veces). Pero hoy no le debo disculpas a nadie. Y no me siento culpable por nada. Ni me regocijo en esto. Me llamo Andrea y soy una luchadora imperfecta. Soy una feminista imperfecta y estoy llena de contradicciones. Confío en la Sanidad Pública de este país y en l@s profesionales que trabajan en ella. Mi hermana es una de ellas. Otra luchadora a la que no le han regalado nada. Y ella lidia con lo suyo, que no es poco. Querida psiquiatra, querida psicóloga; hubo un tiempo en el que pensé que os debía algo. Dediqué mucho tiempo en ser la paciente perfecta y poco tiempo en quererme y valorarme. Ahora ya no me queda otra que crecer y dejar de temerle al miedo. El miedo no me va a comer. Yo me lo comeré a él (nunca mejor dicho). Comerme el miedo, qué bien suena esto. Seguro que estará sabroso. Cómanse el miedo vosotras también y luchen a mi lado y no contra mí. Porque juntas conseguiremos más que separadas. La sororidad es necesaria más que nunca en esta lucha feminista.

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