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Pocos momentos tan felices como aquellos en los que nos disponemos a abrir un libro cuyo gozo tenemos garantizado. En este caso, se trata de Historia de las moscas y los mosquitos, De Xavier Sistach (Arpa), del que hace años leí con gran provecho Insectos y hecatombes. Sistach se ha especializado en la historia natural antigua de los insectos, lo que significa que cada uno se salva con lo que puede, o con lo que tiene a mano. Pero no todos poseemos la capacidad de ver lo que tenemos a mano. Las moscas han estado muy presentes en mi vida sin que haya sido capaz de obtener beneficio intelectual alguno de ellas. Me maldigo por esta insuficiencia al tiempo de recordar con lástima y nostalgia aquellas tiras de goma de mi infancia que colgaban del techo de la cocina y en las que quedaban atrapados estos pobres animalillos con los que siempre he sentido un curioso grado de identificación.

No es que no odie a las moscas. Me resultan tan molestas como a cualquier hijo de vecino, sobre todo cuando revolotean alrededor de la sopa. Pero el asco que me producen queda contrarrestado por la piedad que me provocan. En cierta ocasión, y para reparar las crueldades que cometí con ellas de pequeño, escribí la biografía de una mosca a la que vi nacer y morir en el interior de una probeta. Una probeta puede ser un mundo. Allí se apareó, allí tuvo su prole, allí envejeció y allí falleció, delante de mis ojos. En ocasiones, cuando utilizaba la lupa para distinguir su semblante, me parecía advertir en su rostro rasgos del mío. Tuvo momentos de placer y momentos de depresión y momentos fáciles y momentos difíciles, como yo mismo, como usted mismo, como cualquiera de nosotros. Todo ello concentrado en los treinta o cuarenta días que duró su existencia, convertida al fin en una metáfora de la nuestra.

Aquí estoy, pues, acariciando el libro de Sistach con el placer anticipado que proporcionan los olores de una buena comida. Una lectura alimenticia, diríamos, una lectura con héroes y antihéroes con los que sin duda me identificaré. El índice promete. Sospecho que al contar la historia de estos dípteros, el autor no habrá tenido más remedio que contar algo de la nuestra. Vamos a ello, pues. Que pasen ustedes un buen día.

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