Vivimos en el país en el que la figura del anterior monarca, quien lleva por título el de emérito para más señas, está siendo puesta en tela de juicio en el Sálvame Naranja, recreación de los antiguos patíbulos felizmente desaparecidos. Yo me debato entre la vergüenza y la indignación en ambos sentidos, si les digo la verdad. Y es que hoy ya no se deja títere con cabeza, lo que sin duda tiene sus puntos positivos, si no caemos por ello en la desazón de creer que todo es disfuncional en España. Viene gente de fuera que nos acusa de racistas, cuando nos lo hemos quitado de la boca para dar de mamar de nuestros pechos a tantos miles de inmigrantes, tanto que ahora parece que no tenemos para pagarles las pensiones a nuestros mayores, que cotizaron religiosamente. El amor universal como teoría es divina, pero, como diría una amiga mía frotando el índice con el pulgar, no tenemos tan buen gusto. Pese a ello, hemos de seguir ayudando a quien lo necesita, porque hay quienes están mucho peor que nosotros en la puerta de al lado y tampoco podemos darles la espalda sin caer en un egoísmo patológico.

Dentro de las mencionadas patologías, la insensibilidad de algunos políticos con las víctimas del 17-A es de las más destacadas. Que haya un tipo como Torra al frente de la Generalitat de Catalunya que, después del desgarrador testimonio de las víctimas que decían sentirse abandonadas y pedían una tregua a los políticos en los actos de homenaje de ayer, haya seguido con su cruzada de reivindicación del independentismo desoyendo la tan justa petición, no puede ser sino un síntoma de que el seny pasó a mejor vida hace tiempo. Eso en caso de que no fuera un invento publicitario de algunos catalanes.

Las víctimas de atentados, por lo general, quedan postergadas en España a su propia suerte. En los primeros momentos todos nos volcamos con ellos y les demostramos nuestro apoyo incondicional, pero después nos olvidamos de ellos y ya no nos importan sus miedos, sus secuelas o sus pérdidas. Cada cual sigue con su vida. Eso es comprensible entre la ciudadanía, pero los políticos carecen de ese privilegio del olvido. Y en un día como el de ayer resulta bochornoso y completamente impresentable que Torra aludiera siquiera al «procés» en su discurso, en vez de aprovechar, siquiera fuera de manera interesada, para quedar como un presidente para todos los catalanes por una santa vez. Eso habría demostrado una clase de la que evidentemente carece.