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Fútbol es fútbol

Roma, Diocleciano y el fútbol

El emperador Diocleciano sólo estuvo en Roma una vez porque, tipo listo como era, entendió que el emperador de Roma no tenía que estar en Roma, sino donde su presencia fuera más necesaria (Diocleciano pasó gran parte de su vida en Nicomedia, la actual Turquía). Como resume Jerry Toner en su breve ensayo "Mundo antiguo", a partir del ascenso de Diocleciano al trono, Roma se encontraría allí donde estuviera el emperador. No sé si el ejemplo de Diocleciano podría servir de consuelo a los aficionados del Atlético de Madrid, por ejemplo, cuando tuvieron que abandonar el estadio Vicente Calderón para mudarse al Metropolitano. Donde juegue el equipo, allí está el Atlético de Madrid. La ciudad de Roma o el estadio Vicente Calderón no son tan importantes. El imperio romano o el Atlético de Madrid se encuentran en el lugar donde está el emperador o el estadio en el que juega equipo como local. Aunque Diocleciano sea un consuelo, recomiendo a los futboleros sensibles que no vean el capítulo de la serie documental "Superestructuras" (National Geographic) dedicado a la demolición del estadio de los Yankees de Nueva York. Un estadio mítico reducido a un esqueleto del que se extrae cobre para venderlo a buen precio, se salvan los vestuarios para que algún aficionado ricachón los instale en su casa, se sacan los excrementos humanos de los servicios públicos, se elimina el asbesto del tejado, se desmontan los asientos y, finalmente, se reduce a polvo recordándonos que así pasa la gloria del mundo. Por muy bien que entendamos a Diocleciano y a los dirigentes del Atlético de Madrid, es difícil desentenderse de Roma, del Calderón e incluso del estadio donde los Yankees de Nueva York jugaron 80 años. Pero lo que sirve para las infraestructuras (ya sean las de Roma o las del estadio de Atlético de Madrid) sirve también para las superestructuras futbolísticas. Me refiero a los futbolistas, a los tipos que ganan, pierden o empatan partidos, que marcan goles, paran penaltis o realizan faltitas técnicas en el dentro del campo. Cristiano Ronaldo no era el emperador del Real Madrid, sino una superestructura ideológica. Ronaldo no era el Real Madrid, de forma que donde él estuviera allí estaba el equipo, sino un enorme futbolista que pasó por el equipo dejando una huella ancha y profunda. Nada más y, también, nada menos. Neymar se fue la temporada pasada del Barça y no ocurrió nada. Algún día Messi se retirará, o quizás fiche dentro de un par de temporadas por un equipo chino que le pagará un sueldo todavía más extravagante que el que recibe ahora. Y no pasará nada. Quiero decir que pasara mucho, pero en el fondo no pasará nada porque el imperio romano con Diocleciano en Nicomedia, el Atlético de Madrid jugando en el Metropolitano, el Real Madrid sin Ronaldo o el Barça sin Messi no significan el fin de un imperio o un equipo. Las insignias de Roma estaban más allá de las calles de Roma, del foro, del estadio, del olor a la carne quemada de los cuerpos de los muertos incinerados que saludaba al visitante. Los escudos del Atlético de Madrid que juega en el Metropolitano, del Real Madrid que seguirá ganando títulos sin Ronaldo, del Barça que algún día se despertará y verá que el genial dinosaurio argentino ya no está allí o del Athletic Club que ha vendido por una sorprendente millonada a un portero que casi acaba de nacer no se sostienen en entrañables estadios, descomunales goleadores, jugadores que marcan época o porteros con buen provenir, sino en un no sé qué, un qué sé yo que irradiaba Diocleciano aunque viviera en Nicomedia. Y, con todo, echaremos de menos el juego de Ronaldo como echamos de menos el aroma del Vicente Calderón. Roma, la verdad, siempre será Roma.

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