No eran las cinco de la tarde cuando se acostó la muerte sobre el pitón izquierdo y embolicó tu corazón de socialista. Se levantó la vida desatenta de tu cuerpo y cayó el claroscuro del dolor a nuestros ojos. Y contemplamos la ausencia de tu ausencia desde entonces.

Faltó la madrugada a su cita de diario y la alborada se llevó el último recuerdo de tu infancia, recuerdos de lluvia y de montaña, de la Asturias feraz de tus mayores; tierra ancestral de los astures buenos donde corrió el niño que fue y nunca dejó de ser en el adulto a carta cabal que fuiste.

La vida es siempre un viaje a todos los lugares, de los que muy pocos vuelven indemnes. Pero tú elegiste la honradez y la justicia para vestir la tuya, alentó tu aliento el abrazo sincero a los que nada tenían, a aquellos a los que el presente les reparte su ración diaria de injusticia y olvido. Esa fue tu verdadera patria: la del abrazo, la de la mirada franca en pos de la alegría.

Saliste de la España irrespirable de Franco para llegar al luminoso paraíso que eran Río de Janeiro y Sao Paulo, al trópico sugestivo, urbano e industrial que despertaba al siglo XX. Y llevaste a Brasil una maleta, tu título de ingeniero y un buen puñado de principios. Principios que no perdiste, que no cambiaste ni cuando el embajador de España en Brasil te dio dos opciones: o el silencio o un viaje de vuelta a la dictadura.

Vivimos bajo la sombra del azar, azar que nos lleva en pos de sus infinitos disfraces. A veces el amor, decías, nos da un atracón de felicidad al principio para dejarnos el empacho del dolor y la soledad después. Un después que siempre dura demasiado.

Esta amistad a primera vista que fuimos construyendo, a través de encuentros matinales y conversaciones sin tiempo ni premuras, donde aprendí y entendí la nobleza de ser de izquierdas y socialista. Amistad forjada al calor de las confidencias y la lealtad a unas ideas y a este partido al que considerabas tuyo y al que nunca le diste la espalda. Eras el primero en llegar a la Casa del Pueblo, el primero en darlo todo. A los 87 años sentías como nadie el pulso y la pasión de ser militante de raza y emoción.

No he de olvidar tus ojos y quiero abandonar los malabarismos del lenguaje para decirte: Manolo, amigo, compañero. Aguarda. No te marches todavía. Aún nos queda trabajo por delante.