Si nos pusiéramos un poco bíblicos podríamos decir aquello de «quien esté libre de mentiras que cuenta la primera verdad», o algo por el estilo. Las mentiras son una esencia intrínseca al propio comportamiento y, queramos o no, son parte activa de la vida cotidiana de todos sin excepción. Para ilustrar esta afirmación tan rotunda habrá que recurrir a las clasificaciones que tanto gustan y disgustan. Sin entrar en las melodiosas mentiras de San Agustín o las telegráficas de Santo Tomás de Aquino, podemos analizar la mentira desde una visión más psicológica o mundana, sin tintes religiosos.

Las piadosas son sumamente útiles para no dañar a nadie, por ejemplo cuando decimos que el tatuaje es precioso cuando pensamos que es horrendo. Las mentiras hacia uno mismo, autoengaños, son de traca, te mientes para poder seguir con tu vida desenfrenada pero sin culpa. Las mentiras de donde dije digo, digo Diego, cuando rompemos la palabra sin ningún pudor, al estilo de cualquier politiquero. Las malintencionadas son puro terrorismo social, intentan destruir con o sin objetivo previo. Las de guante blanco, como el plagio, son las que generan ladrones de información. Las sobredimensionadas son espectaculares, las cosas y las personas cambian de dimensión como por arte de magia, como decir que tu amigo Juan es más estúpido que su padre o que has pescado una sardina de tres kilos. Las compulsivas son patológicas, sus protagonistas acaban por no poderlas evitar y al final hasta se las creen.

Los artífices de las mentiras son lo que llamamos coloquialmente mentirosos pero pueden tener infinidad de matices como los embusteros que disfrazan la mentira, los farsantes que son auténticos fingidores profesionales, los troleros y los boleros que poseen el arte de decorar las mentiras, los cuentistas que superan a los anteriores, los fuleros que no se sabe muy bien si mienten o son así de insensatos por charlatanes y, para terminar, los calumniadores que son altamente peligrosos porque generan rumores maliciosos basados en mentiras para acabar con algo o con alguien.

Además de los múltiples matices, podemos dividir a los mentirosos en cuatro categorías. Los mentirosos ocasionales que podríamos decir que somos todos, porque en alguna ocasión lanzamos una mentira al aire. Los mentirosos frecuentes que esgrimen la mentira como una forma de vida, dado que están continuamente en ella. Los mentirosos naturales o compulsivos que están prácticamente en la patología porque mienten más que hablan y no saben distinguir la verdad de la mentira. Por último los mentirosos profesionales que utilizan la mentira para fines concretos y específicos de una forma calculada y siniestra.

De alguna forma todos somos potenciales mentirosos y víctimas o ambas cosas a la vez. No tenemos ningún detector fiable de mentiras que nos ampare y por ello debemos ser cautos a la hora de valorar las verdades, las mentiras y las medias verdades.