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Puertas al campo

Corrupción pa`rato

Un alto cargo acuerda con una constructora que esta le regalará un chalet a cambio de conseguir el contrato para edificar un importante inmueble público. Para evitar problemas, la cosa será cuestión de dos altos cargos, es decir, de dos chalets a cambio del asentimiento. Eso se llama corrupción.

Pongamos ahora el caso de un alto cargo universitario que llama a un subordinado y le comunica que, si no se pliega a sus caprichos, verá su carrera muy dificultada. Es el subordinado el que parece tener la razón, pero es el cargo el que tiene en sus manos su futuro, así que puede ejercitar su poder para que el subordinado se le pliegue. No es corrupción. Es abuso de poder o, si se prefiere, prevaricación.

Hay montones de casos parecidos. Algunos llegan a los medios y/o a los juzgados, pero la mayoría sigue alegremente su curso sin que medie una denuncia. Lógico: no hay testigos, no hay pruebas, es «tu palabra contra la mía». A lo más, se trata de un compañero (ya se sabe: enemigos, enemigos acérrimos y compañeros de partido) que ha tenido la precaución de grabar conversaciones o archivar documentos que presentará a la autoridad competente, por lo general a su debido retraso. Pero lo habitual es que estas cosas vayan de boca en boca y ahí se queden.

El recurso a la ética es inmediato, pero no sirve de mucho. Un buen sermón contra el pecado difícilmente consigue que no lo haya. Se precisa una buena política de evitar «las ocasiones de pecar» que poco tiene que ver con un amable y elaborado «portaos bien».

También es frecuente que lo que se plantee sea aumentar las penas de esos casos que siguen produciéndose hoy en día (no es «cosa del pasado», es de hoy mismo). Pero tampoco sirve de mucho. Suponga que decido castigar con una multa de 1.000 ? a quien piense que todo esto son monsergas. Si veo que nadie me hace caso, el aumentar las penas a 2.000 no va a evitar que haya quienes piensen de tal modo. Porque la cuestión no está en el monto, sino en la probabilidad de que se pille in fraganti al delincuente y se le pueda castigar. Si va a ser imposible pillarle, se puede poner hasta pena de muerte: será inútil.

Dos caminos: evitar las ocasiones de que se peque y aumentar la probabilidad de que se les pille, sabiendo que esto último es particularmente difícil en muchos casos (como los que «negociaron» el chalet o abusaron en privado de su poder), así que solo nos queda centrarnos en la prevención sin por ello negar el peso (muy secundario, pero no nulo) que puede tener la ética y la policía.

Veamos. Lo primero que hay que hacer es no sólo no suprimir los sistemas de control, sino mejorarlos y ser capaces de conseguir un cuerpo de inspectores realmente independiente y eficaz que, mediante muestras aleatorias y análisis estadísticos, pueda hacer un seguimiento de las decisiones ya tomadas. Además, es preciso detectar los puntos vulnerables a la corrupción que pueda tener la organización (partido, ayuntamiento, ministerio) y someterlos a una vigilancia particular.

La figura del arrepentido está aceptada en muchos lugares. Es preciso, ante ellos, aceptar los «chivatazos» por norma y, por norma, no creérselos, sino someterlos a investigación. Publicar primero e investigar después, es uno de los comportamientos irresponsables de algunos medios de comunicación en el mundo sensacionalista. Sobre todo, es preciso reestructurar la relación agente-cliente de forma que se elimine la combinación (inductora de corrupción) de monopolio, discrecionalidad, secretismo y escasez de rendición de cuentas, evitando, siempre que sea posible, que la decisión final la tome alguien de forma aislada. El trabajo en grupos sometido a revisión jerárquica y con auditores externos para los niveles más altos es mejor que el «experto» aislado que decide sin que nadie le vea, sin que nadie tenga la «llave» final de la decisión. En este caso, lo que hay que evitar son los cuellos de botella entre tarea y tarea.

Publiqué en 1995, en pleno «Váyase, señor González», un librito sobre estos asuntos. Se titulaba, lacónicamente, Corrupción. Eran momentos del ruido ensordecedor producido por los sucesivos casos de corrupción. La editorial, visto lo visto, me sugirió que lo pusiese al día, de nuevo en una riada de casos sobre casos (todos producidos «anteriormente»). Salió en 2013 y lo titulé: Corrupción. Corregida y aumentada. Corregida y aumentada la corrupción, corregido y aumentado el librito. Hice lo que pude.

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