Querida y muy británica Freda Jackson: Contrariamente a lo que nuestra propia leyenda negra sostiene, los españoles no somos malos turistas. Un poco gritones, si acaso. Pero nos fundimos en el entorno ajeno con inesperado placer cuando vamos más allá de nuestras fronteras, comemos y bebemos lo que beben los lugareños y nos da la risa cuando vemos un local de cocina patria ofertando tapas de arroz y cazuelitas de chipiriones en su tinta, al que no se nos ocurre entrar, por supuesto. Porque viajamos para conocer lo de fuera, no para hacer como si siguiéramos en casa. Decía un escritor de las colonias, Paul Bowles, que la diferencia entre un turista y un viajero es que el primero sabe cuándo va a volver. Su país ha dado al mundo grandes e insignes viajeros que nunca volvieron tras recalar por estos pagos, ni falta que les hizo. Y también nos ha enviado grandes e insignes turistas que, afortundamente, regresaron el día que les tocaba. Fueran unos u otros, les hemos querido. Tanto, que les hemos perdonado siempre todo. No les tuvimos en cuenta que sigan ustedes queriendo comer aquí tan mal como comen allí ni que quieran seguir bebiendo allí todo lo que se beben aquí. Les hemos permitido que transformen el entorno para sentirse como en casa, como si siguieran allí, aunque en realidad estén aquí. Que nos plantifiquen pubs donde ver un español sería más raro que ver un wookiee. Pero, querida Freda, entenderá que había (hay) un límite. Ha pedido usted a su turoperador que le devuelva el dinero que invirtió en sus vacaciones porque quería un hotel con mayoría británica. It's fine. Pero de ahí a argumentar que donde la enviaron, en pleno Benidorm, estaba «lleno de españoles» como prueba del castigo infligido, media un abismo. An abyss, my dear lady. Para nuestro placer, y posiblemente para el suyo, Benidorm aún no es el condado número 48 de Inglaterra. Créame que lo siento. Poco, pero lo siento.
