Domingo, 17 de enero de 1909

Desde la estación del ferrocarril, a donde había llegado a las 7:20 de la mañana, Alfonso XIII y su séquito se dirigieron hacia la colegial de San Nicolás.

Acompañaban al rey en su carruaje, descapotado a pesar de la débil llovizna que caía a ratos, el infante Carlos, el alcalde, y el presidente del Gobierno, Antonio Maura. El resto de la comitiva marchaba detrás en varios coches de caballo y automóviles.

Las vías públicas que recorrió la comitiva real estaban abarrotadas de público, acordonadas por soldados de la Princesa, de guarnición en Alicante, así como de otros regimientos que habían venido como refuerzo desde otros lugares, como el Vizcaya, desde Alcoy, y el de caballería de Alcántara, desde Valencia.

Todas las calles del itinerario estaban adornadas con numerosas banderas, que los vecinos habían colocado en balcones y ventanas. En algunas también había llamativos arcos de triunfo, como el construido por la Cámara de Comercio en la calle Victoria, frente al paseo de los Mártires, entre el restaurante Comercio y el café Suizo.

Entre el numeroso público había guardias municipales y policías, algunos de paisano, que verificaban cacheos a quienes consideraban sospechosos o tenían intención de aproximarse demasiado a la comitiva. El inspector de Vigilancia Luis Martínez era uno de estos policías de paisano, quien siguió a la comitiva a pie, aprovechando que el carruaje real iba muy despacio.

El inspector-jefe Honorio Tous, sin embargo, prefirió marchar directamente desde la estación hasta la iglesia de San Nicolás, acortando por la calle Sagasta.

Los alicantinos que se agolpaban cerca del portón de entrada de la colegiata, algunos con los paraguas abiertos, ovacionaron al rey cuando se apeó del carruaje y, escoltado por su guardia personal, entró en el templo. Dentro le esperaba un grupo de fieles selectos. A continuación se celebró un tedeum presidido por el monarca, sentado bajo el dosel que había sido instalado en el altar mayor.

Finalizado el tedeum, Alfonso XIII y su comitiva se dirigieron al puerto, para embarcar en el crucero «Cataluña» mientras se oían los cañonazos reglamentarios. Desayunó el rey en compañía de su séquito y cambió su uniforme por otro de gala. Seguidamente se trasladó de nuevo a tierra firme, para marchar en su carruaje abierto hasta el Palacio Consistorial. Ya no llovía y una multitud ocupaba la plaza de Alfonso XII, a la espera de ver al rey. En el salón principal se celebró la solemne recepción que el monarca concedió a las autoridades locales y provinciales, cuyo orden estaba protocolariamente establecido: encabezada por senadores y diputados, concluía con los alcaldes de la provincia.

Acabada la recepción oficial, el rey conversó brevemente con algunos de los presentes. Su mayordomo le presentó al marqués del Bosch, Miguel de Rojas Moreno. Después se asomó el monarca al balcón, saludando militarmente a los alicantinos que había en la plaza, que volvieron a ovacionarle. Entre ellos había numerosos policías de uniforme y de paisano, como Tous y Martínez, que no dejaban de vigilar los balcones y ventanas de los edificios colindantes. Seguían produciéndose frecuentes cacheos y algún que otro arresto preventivo.

De vuelta al «Cataluña», el rey almorzó en privado. Fue aquel un momento de relativa tranquilidad para Tous y Martínez, que se amplió al saberse que la corrida de toros prevista para las dos de la tarde se aplazaba hasta el día siguiente por el mal estado en que había quedado el tendido y el redondel por culpa de la lluvia. Comieron juntos en el figón de Antonio Mena, en el paseo de los Mártires, 8.

A las 3 de la tarde, mientras Tous marchaba en automóvil hacia el polígono del Tiro Nacional, Martínez volvía a la escalinata situada junto al Club de Regatas, para observar el desembarco del rey y su séquito, que se produjo a las 3:45.

Catorce minutos tardó la comitiva real (formada por el infante Carlos, el presidente Maura, el ministro de Marina, el conde de Serrallo, el marqués de Viana, y los generales Echagüe, Escario, Pobil y Villa) en llegar a bordo de varios automóviles al polígono donde se celebraría el concurso de tiro de pichón, situado junto a la carretera de San Vicente.

Allí esperaba Honorio Tous, quien tuvo oportunidad de comprobar cómo muchos de los más de 2.000 pinos plantados recientemente alrededor del polígono de tiro (una cantidad muy lejana de los 50.000 que le había dicho el general Escario), habían sido destrozados por el numeroso público llegado desde Alicante y San Vicente. Un público que, en su mayor parte, hubo de conformarse con ver la llegada de la comitiva real desde lejos, con abundantes soldados y guardias civiles de por medio.

La entrada al polígono del Tiro Nacional estaba restringida a quienes habían recibido una invitación personal e intransferible, los cuales ocuparon las tribunas que había a los lados de la principal, en la que se instalaron Alfonso XIII y su séquito.

Tous y los policías secretas del rey vigilaron con atención los movimientos de los concursantes mientras se sucedían las tandas de tiros. En el primer premio participaron el monarca, el infante Carlos y otros 14 tiradores, alicantinos y forasteros. Ganó el infante Carlos en un reñido desempate con Luis Mauricio Agustina, hijo del alcalde. El segundo premio volvió a ganarlo su alteza don Carlos, en otro reñido desempate con el doctor Sánchez San Julián.

Eran las 7 de la tarde cuando Tous se reunió con Martínez en la dársena del puerto, donde se estaba celebrando una «fiesta náutica» a la que asistió la comitiva real. Muchos alicantinos la presenciaron desde el paseo de los Mártires.

A las 9 de la noche comenzó en el Teatro Principal la función de gala en la que se representaba la ópera «Otelo». Alfonso XIII, que vestía uniforme de gala de almirante y lucía el toisón de oro, fue recibido con aplausos fuera y dentro del teatro. Una comisión de los propietarios, encabezada por Tomás Tato, saludó a la comitiva en el vestíbulo. Como la función era fuera de abono, no se habían puesto a la venta las localidades delanteras de palco corrido ni paraíso, pero el teatro estaba abarrotado. Ya en el palco central, el infante Carlos se colocó a la derecha del monarca, y el ministro de Marina a la izquierda. Las autoridades civiles y militares ocuparon los palcos contiguos.

Después de oírse la marcha real, comenzó la ópera, protagonizada por el tenor Gerardi y la tiple Tofé.

Concluida la función, la comitiva real regresó al puerto, para embarcar en el «Cataluña», que estaba iluminado con infinidad de bombillas eléctricas colocadas en el borde de la cubierta, en los palos y alrededor del casco.

Tous y Martínez dejaron el servicio una vez que el rey embarcó en el «Cataluña». Muchos alicantinos seguían en las calles y plazas, generosamente iluminadas, disfrutando de verbenas, pero los dos policías, exhaustos, se fueron a descansar a sus respectivos domicilios. Compañeros suyos se encargaron de custodiar al presidente Maura hasta la estación, ya cerca de la medianoche, que partía de regreso a Madrid.

Lunes, 18 de enero de 1909

Amaneció el día cubierto. La Caja Especial de Ahorros comenzó la denominada «campaña de caridad» que duraría hasta el día 22, coincidiendo por tanto con la Semana Deportiva, consistente en la devolución gratuita de lotes de ropa empeñadas por una y dos pesetas.

El rey visitó temprano los Talleres de Construcción Fundiciones y Calderería, situada entre las calles Doctor Gadea, Quiroga y Pintor Casanova. Sus propietarios, los hermanos Tomás y Aniceto Aznar, habían hecho construir dos grandes arcos de triunfo en las cercanías para darle la bienvenida al monarca, con retratos suyos y abundantes banderas y escudos de flores. Las calles habían sido limpiadas por los empleados de la fundición y allanadas con abundante grava menuda, facilitada por el Consistorio y transportada hasta allí por varios carros.

Grandes fueron las medidas de seguridad que envolvieron el acto. Entre los numerosos policías y guardias que participaron estaban Tous y Martínez.

El rey examinó al aire libre una exposición de calderas, máquinas de vapor, motores a gas, gasógenos por aspiración, prensas, bombas de todas clases? Llamó la atención del monarca la sala de montaje de motores y ante él se hizo una pequeña instalación de aire comprimido. Se fundió un gran escudo de España con una inscripción dedicada al rey y también un busto suyo en bronce.

Se ofreció un «lunch» al que asistieron algunos obreros. Todos aplaudieron el brindis ofrecido por el regio invitado.

Los más de 500 obreros de la fábrica salieron de sus talleres para despedir al monarca. Fue el momento más tenso que vivieron los escoltas del rey y su séquito, pero no se produjo ningún incidente. Los operarios, que portaban las herramientas de su oficio, siguieron al séquito real en ordenada manifestación por las calles alicantinas, acompañados por una banda de música.

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