En las redes sociales, igual que en las tabernas, uno muestra su verdadero pensamiento. Una buena amiga dice que cuando conoce a alguien en la vida real, le pide amistad en Facebook para saber realmente cómo piensa. Alejandro Morant, vicepresidente de la Diputación de Alicante, escribió un comentario el domingo pasado sobre la inmigración en sus redes sociales. No lo hizo para solidarizarse con las personas que luchan por encontrar un sitio mejor donde vivir. Ni siquiera por aquellos que se juegan la vida para tener una nueva oportunidad. Lo hizo para contribuir con su discurso al odio hacia el diferente, a la alarma social que organizaciones xenófobas en toda Europa están muy interesadas en inocular. Deportaciones masivas, invasiones silenciosas y cierre de fronteras son solo algunas de las lindezas que escribió. La idea de Europa, de nuestra civilización, se construyó en contra de ese pensamiento deshumanizador que provocó el mayor sufrimiento y destrucción humana de la Historia Contemporánea.

El diputado retiró las declaraciones inmediatamente de sus redes sociales. Pero tan pronto como fue entrevistado por la Cadena Ser de Alicante se reiteró. No solo no se mostró arrepentido, manifestó que al igual que él, más del 80% de los españoles piensan lo mismo. Días después pidió perdón, no por arrepentimiento, sino para mantener su puesto ante la enorme reacción de rechazo que han producido sus palabras. Prueba de que sus ideas, al contrario de lo que él se cree, son minoritarias y marginales.

Las declaraciones de Morant son profundamente desafortunadas, principalmente por falsas y populistas. Se basan en datos manipulados, utilizan un lenguaje belicoso y mentiroso y reducen el complejo fenómeno de la inmigración al absurdo. Apelan a los peores instintos humanos que, por desgracia, anidan en aquellos que no entienden la diversidad como un valor y que les asusta la diferencia. Prenden la mecha del odio, legitiman políticamente al que luego agrede y atentan contra nuestros principios y valores. Y en ese contexto tabernario, violento y discriminatorio el más débil, esto es, el pobre, el inmigrante, el homosexual o el gitano, tenemos siempre las de perder. Porque somos minoría. Y siempre se empieza por las minorías. Por eso no se exige una rectificación ni una disculpa. Se exige un cese. Porque lo que está en juego es nuestra dignidad y nuestra integridad física y moral. Y estos derechos él los tiene garantizados, al igual, desgraciadamente, que el apoyo de su partido.