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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Me dan pavor las dictaduras (especialmente si son teocráticas)

A pesar de las presiones que HBO ejercía sobre mí, con mensajes constantes, anuncios varios e incluso algún email motivador, me resistí muchísimo a ver la serie «The Handmaid's Tale», llamada en España «El Cuento de la Criada». Me gustan las distopías y ucronías, ese ejercicio intelectual tan brillante de jugar a qué habría pasado si? y de hecho hay mucha literatura y algunas series estupendas, como la novela «Patria» de Robert Harris o «The Man in the High Castle» del genio autor de «Blade Runner», Philip K. Dick. Antes de que me lo pregunten, que son ustedes muy cotillas, se lo cuento: una ucronía es una novela histórica alternativa en la que el mundo se desarrolla a partir de un pasado que cambió (los nazis ganaron la guerra, por ejemplo), mientras la distopía es una sociedad futura oprimida por estados policiales, todo lo contrario a un mundo feliz y utópico.

Me negué a verla porque conocía el argumento de la novela y me apetece lo justo sufrir teniendo delante de mis ojos una sociedad futura posible, hacia la que nos encaminan las peores de nuestras pesadillas y que, sinceramente, me da pavor. No les destripo ningún argumento si les cuento que tras una serie de atentados se produce un golpe de estado y el nuevo gobierno religioso-fundamentalista de Estados Unidos declara el fin de todas las libertades para acabar con los terroristas (islamistas se supone) y tras ello imponen una sociedad fascista teocrática en la que las mujeres y las clases sociales son rígidamente delimitadas: de una parte los buenos y los piadosos y de la otra, los que son esclavizados o colgados o condenados a morir en las zonas contaminadas. Todo ello con la colaboración imprescindible de una organización paramilitar ?«Los Ojos»- armada hasta los dientes y con licencia para matar sin juicio ni bobadas semejantes, que ríase usted de la Gestapo, la Stasi o el KGB. Y no pasa dentro de 50 años, sino el mes que viene.

Lo malo de los mundos posibles es eso, que son factibles. Me produce desasosiego pensar en la ideología de los ultraconservadores del «Tea Party», de los clérigos islamistas, de los que tienen la idea de una sociedad de raza única y rechazan a los «millones» de inmigrantes que quieren arrasar nuestras fronteras, a los que cosifican a las mujeres, odian a los diferentes y a los homosexuales y pretenden ordenar la vida de los humanos, cuando la mayoría lo único que queremos es que nos dejen en paz y se metan por donde les quepan semejantes estupideces. O Trump, o Putin, o Maduro, o Ortega y todos los odiosos adláteres del pensamiento único: o estás con nosotros o contra nosotros y ya sabes qué te espera si eres contra. Joder, ¿no habíamos acabado con los fascismos, los nazismos, los maoísmos y los comunismos?

Evidentemente el hombre es el único ser de la creación que constantemente vuelve atrás sobre sus pasos repitiendo acciones que le han llevado al desastre. Cuando era pequeño calculaba cuanto tiempo era necesario para engendrar otra guerra y si me tocaría. Vistos los antecedentes de la I y la II Guerra Mundial y de la Guerra Civil, lo cierto es que mi generación ha tenido hasta ahora la suerte de cara y se ha librado de pegar tiros, pero claro, hace un día estupendo, ya verás como llega alguno y lo jode.

También es verdad que los occidentales hemos orillado las guerras, que son más numerosas que nunca, hacia los apartados márgenes de África, Oriente Medio y países polvorientos de los que consideramos mundos no civilizados. Si alguien tiene dudas de que la cosa está que arde no tiene más que ver las legiones de desarraigados que se aprestan a invadirnos, eligiendo entre lo malo: nosotros y lo peor: los malísimos que esquilman sus países de origen y que no tienen ninguna barrera moral ni legal para matar a quien quieren y como quieren. Nosotros nos cortamos un poquito, algo de lo que se lamentan los Casado del mundo que desde luego se han unido para acabar con los santuarios y es más que probable que les ayudemos a conseguirlo.

Del cuento de la criada me emociona que Canadá se convierte en país de acogida fraternal para todos los huidos de esa dictadura llamada Gilead. Siempre me han caído bien los canadienses, especialmente los de Quebec, pero la escena en la que a un refugiado le dan un kit completo para vivir un año, incluida tarjeta sanitaria, dinero para transporte, ropas, una casa y sobre todo, un abrazo, es para pedir la nacionalidad.

La autora de la novela la escribió no con Trump en la Casa Blanca, que se pueden ver venir las cosas, sino en 1985, lo que todavía me produce más desasosiego. Y la lógica del argumento es impecable: primero nos asustan con el miedo al terror y luego, cuando hemos confiado en ellos para que nos salven y han cogido la sartén por el mango, ya no se cortan para ejercer el terror desde el poder. Nada diferente a cuando Hitler se convirtió de chiripa en Canciller y laminó a la oposición; al principio los ciudadanos de orden estaban contentos de que alguien pusiera coto a los desmanes -que por cierto eran obra de los mismos nazis echando la culpa a quien pasara por ahí, fuera judío, gitano o demócrata. Cuando el buen ciudadano se dio cuenta, no había ya nada que hacer. Espero que no sea tarde para acabar con esta distopía que me lleva a mal traer.

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