Desde hace demasiado tiempo, Europa no comprende adecuadamente el significado de las migraciones que se viven a sus puertas y sus dirigentes mantienen una visión postcolonial sobre los países de donde proceden los inmigrantes. La misma visión que tuvieron los países europeos en la Conferencia de Berlín de 1885, cuando se repartieron África para detener la expansión de los salvajes paganos que allí vivían, proponiéndose «instruir a los nativos y llevarles las bendiciones de la civilización occidental», como rezaba el artículo IV del acuerdo suscrito por los estados que se apropiaron del continente por aquel entonces. Y no estoy defendiendo, en absoluto, que un buenismo ilimitado y tontorrón sirva para abordar adecuadamente desafíos tan complejos, ni mucho menos. Muy al contrario; necesitamos rigor histórico, conocimiento científico y un análisis empírico de una realidad que, con demasiada frecuencia, se nos hurta, se desdibuja o se ignora deliberadamente cuando hablamos de procesos migratorios.

Empecemos por asumir que estamos ante un fenómeno tan ambivalente como complejo, que no se puede plantear en términos lineales, siendo históricamente consustancial a todos los pueblos en todos los tiempos. La capacidad de emigrar con éxito es una de nuestras señas de identidad y una de las razones que explican nuestro fantástico avance evolutivo. Por si fuera poco, el proceso de globalización, la mejora y el abaratamiento de los medios de transporte y el avance de las telecomunicaciones han llevado a que las migraciones se hayan convertido en una dimensión central de nuestros tiempos, como han señalado las Naciones Unidas, estimuladas por las enormes desigualdades existentes a nivel mundial, no solo en términos de recursos y salarios, sino también de derechos, de futuro, de seguridad y de condiciones de vida.

Es cierto que buena parte de los inmigrantes se desplazan buscando una vida mejor, intentan acceder a un trabajo con el que obtener recursos para ellos y sus familias. Pero numerosas investigaciones han demostrado que entre las razones que empujan a emprender el proceso migratorio se encuentran también el deseo de tener derechos de los que se carecen, acceder a un futuro inexistente, disponer de una seguridad física, jurídica y sobre su propia existencia, así como tener unas condiciones de vida básicas, algo que resulta muy importante para comprender las razones que estimulan las migraciones en los países de origen. De esta manera, cuando el espacio local no pueda dar lo que las personas necesitan, éstas lo buscan mediante la migración a otros lugares, una percepción que ha actuado como motor en los desplazamientos humanos, en todos los países y sociedades, a lo largo de la historia. Y ese espacio local, como consecuencia de la globalización y las nuevas tecnologías, ya no es el lugar en el que se nace y se muere, sino el que uno conoce y con el que uno se comunica, cambiando por completo el acceso y la percepción sobre estas migraciones.

Así las cosas, es esencial comprender qué sucede en las regiones desde donde surgen migraciones masivas, como ocurre con el continente africano. África es la expresión más salvaje de un orden económico que avanza creando gigantescas desigualdades mundiales, a escala planetaria, convirtiendo un continente rico en un lugar repleto de pobreza, miseria, hambrunas, pandemias y violencia. En África encontramos estados repletos de riquezas y recursos naturales explotados por grandes multinacionales extranjeras, con uno de los crecimientos demográficos mayores del planeta junto a los niveles más altos de mortalidad infantil y materna. Allí tenemos los países con las más bajas esperanzas de vida del mundo, repleto de gobiernos corruptos ligados a transnacionales y gobiernos occidentales junto a países sin estado, con algunas de las tasas más bajas de educación y un gigantesco éxodo de profesionales cualificados, al tiempo que sobre los países del continente se han impuesto severas limitaciones a la exportación de productos, bienes y mercancías hacia occidente. Como no se cansa de repetir mi amigo y profesor Mbuyi Kabunda, una simple explotación racional, democrática y sostenible de la República del Congo permitiría alimentar al doble de la población de África. Todo esto es lo que hay que cambiar para frenar las migraciones, lo que exige comprender a fondo causas y responsabilidades.

Sin embargo, contrariamente a lo que se dice, el grueso de las migraciones africanas son acogidos por otros países de la misma región, de manera que naciones cercanas recogen buena parte de los refugiados e inmigrantes del continente, en cifras abrumadoras. Mientras Europa debate acoger unas decenas de miles de refugiados, Etiopía acoge a más de 800.000, Sudán a 906.500 y Uganda a más de 1,4 millones de personas, según cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Por ello, las vías para aliviar la llegada de africanos hasta Europa no pasan por seguir construyendo muros cada vez más altos y dejar que los inmigrantes mueran ahogados en el Mediterráneo o de sed en los desiertos que atraviesan. Por el contrario, necesitamos conocer, entender y asumir nuestra responsabilidad por el hecho de que un continente rico permanezca abandonado a su suerte. Mientras tanto, debemos ordenar y organizar adecuadamente unas migraciones muy distintas de las que algunos hablan con una cierta irresponsabilidad.