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Facebook «privatiza» el discurso global

Imagine que junto a este artículo que usted lee ahora se publicase otro que afirmase que el Holocausto jamás existió y que el III Reich nunca exterminó a seis millones de judíos, que todo ha sido una monumental mentira urdida por el lobby judío para ganarse la compasión universal. Imaginen que, a continuación, usted escribe indignado a la directora de este diario protestando por la publicación de semejante delirio pero, como respuesta, le explican que el periódico no puede vetar la difusión de textos negacionistas porque eso iría contra «los principios básicos del libre discurso». Además, le explican, el mero hecho de ser un texto falso «no viola los estándares de la comunidad».

Es muy probable que usted, ante semejante argumentación, nunca más vuelva a leer este periódico. Pero así es como funcionan las cosas en el país de Facebook, ese reino en el que tantas horas pasa a diario una cuarta parte de la población mundial. Los entrecomillados citados anteriormente proceden de la respuesta que recibió un reportero de la CNN, Oliver Darcy, cuando preguntó a John Hegeman, director del canal de noticias de Facebook, por qué permitían tener página en la red social a Infowars, un sitio ultraderechista que difunde teorías de la conspiración. Algo parecido argumentó el presidente de la compañía, Mark Zuckerberg, cuando la periodista especializada en tecnología Kara Swisher le preguntó por qué Facebook no vetaba contenidos negacionistas del Holocausto.

«Hay cosas que distintas personas malinterpretan», dijo. Es decir, que el Holocausto es cuestión de opiniones. Hubo seis millones de muertos o no. Según se mire.

Los directivos de Facebook tienen un cacao mental importante. No saben muy bien en qué consiste la libertad de prensa, esa cosa ya legislada de antaño. Además, parecen insistir en su ilusoria neutralidad tecnológica: no quieren asumir que tienen la misma responsabilidad que los editores de los medios de comunicación tradicionales, donde aún se venera la tozudez de los hechos.

En Facebook no son capaces de fijar de manera clara las reglas de juego del debate global que se mantiene dentro de sus fronteras. No logran evitar que la red social se convierta en estercolero de mentiras y campañas ultras. Tras el escándalo de Cambridge Analytica -la filtración de datos de millones de usuarios para su uso a favor de Trump y del Brexit-, Facebook viven acosada por el descrédito. Los mercados le están pasando factura: días atrás, un desplome del 19% en bolsa. Así que dispara a todo lo que se mueva. La última andanada: han identificado una nueva campaña de desestabilización, supuestamente procedente de agentes rusos, orientada a influir en las próximas elecciones legislativas de noviembre en EE UU. Han eliminado 32 páginas en Facebook e Instagram. Más de 290.000 cuentas siguieron al menos una de las páginas cerradas y los malvados rusos se gastaron 11.000 dólares en alrededor de 150 anuncios. Las páginas cerradas crearon 30 eventos desde mayo de 2017. Las cifras son escalofriantes, como ustedes mismos se habrán percatado. Menos mal. Han salvado a la democracia occidental.

Se agradece que Facebook, y otras redes, se hayan puesto manos a la obra para limitar la difusión de mentiras y mensajes extremistas pero ¿saben realmente qué se traen entre manos? El asunto no es secundario. Farhad Manjoo, periodista especializado en tecnología, advertía recientemente en The New York Times de que, dado el tamaño de estas compañías y su influencia sobre millones de vidas, cualquier ajuste que hagan tendrá un efecto enorme y, se teme, más pernicioso aún. Estamos en sus manos. Se está produciendo una auténtica privatización del discurso global, que cada día encontrará más cribas diseñadas por tecnólogos de Silicon Valley, quienes decidirán qué podemos decir en la red y cómo decirlo.

Y visto cómo están enfocando el asunto habrá que apuntarse lo que dice Manjoo: «A mucha gente le preocupa que Mark Zuckerberg ya sea demasiado poderoso. El peligro es que todavía no hemos visto nada».

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