Un estúpido, por definición, no llega a ser tonto del haba pero le falta bastante poco. Digamos que puede calificarse de corto en su inteligencia, memo, alelado, ignorante e imprudente. Se pueden contar, clasificar y ordenar de mayor a menor, llegando a las distintas versiones de estúpidos que andan por el mundo.

En primer lugar, y en el escalón más bajo de la escala, encontraríamos al estúpido empedernido. Este espécimen es sin lugar a dudas el más codicioso en cuanto a velar por mantener obstinadamente su situación en tiempo y forma. Lo que mejor lo ejemplifica es la sinrazón, porque se empecina de tal forma, que si le demuestras que está equivocado se cierra sobre sí mismo y continúa con el mismo argumento, una y otra vez, formando un bucle infinito, con el único fin de que te rindas y tires la toalla de puro cansancio. Esta variedad de estúpido la encontramos muy a menudo entre personas muy poco leídas, ambiciosas sin causa y retorcidas en sus aspiraciones.

El segundo de los posibles es el que podríamos calificar como estúpido inocente, que como tal carece del sentido necesario para reconocer su situación. Te lanza inocentemente sus sandeces y alardea de ellas. No se le puede increpar, ni juzgar, ni contrariar, porque nos provoca ternura su tozudez inconsciente, pero puede llegar a exasperarnos. Estos ejemplares son fruto de la ausencia de crítica constructiva durante su periodo de desarrollo, donde siempre, sin excepción, se les ha dado la razón sin tener en cuenta las nefastas consecuencias.

El tercer grupo lo encabezaría el estúpido astuto, aquel que nada y guarda la ropa. Podría confundirse fácilmente con letrados e intelectuales, porque ha aprendido a camuflar su memez de una forma magistral. Ha sabido aprender artes de interpretación suficientes para confundir a los incautos. Estos mentecatos surgen habitualmente de una historia de vida enmarcada en múltiples problemas de relación social, que los hace refugiarse en su supuesta astucia.

Finalmente podemos señalar al estúpido insoportable, ese que no cae bien a nadie porque su comportamiento verbal y no verbal es absolutamente inaguantable, lo que hace que se convierta en un completo indeseable, hasta el punto que se le rehúye en todos los ambientes, incluyendo a la familia y los amigos, con el agravante de que él no es consciente de nada. Esta variedad de estúpido prolifera mucho entre la clase adinerada que no ha tenido que trabajar en su vida.

Ser estúpido hoy, en cualquiera de sus variantes, no invalida a nadie, por el contrario puede incluso sumar en su favor, porque la sociedad está desarrollando unas tragaderas tan descomunales que cualquier estúpido puede llegar a alcanzar la gloria.