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La fatiga de la compasión

Que somos cada vez más indiferentes ante el dolor ajeno es una evidencia. Quien tiene por costumbre hacer las comidas o las cenas con la televisión encendida, sorbe la sopa o el gazpacho, según la estación, teniendo enfrente la imagen de un niño sobre la arena de una playa, muerto; o el hacinamiento de gente de todas las edades en los improvisados refugios para los subsaharianos que son desembarcados en las cosas, ahora las españolas, por los barcos de diferentes ONG en su labor humanitaria, o el apresamiento de pederastas cogidos in fraganti en pleno desarrollo de sus fechorías, o... Y tras la sopa o el gazpacho se da buena cuenta del filete o el lenguado sin que se nos atraganten, a pesar de que la pantalla nos sigue mostrando catástrofes naturales y/o desgracias fruto de la miseria humana. Es la consecuencia de la situación de un mundo loco que ha convertido la compasión en indiferencia: la fatiga de la compasión. Algo parecido sucede con la situación política española de la que muchísima gente ha decidido no hablar, abrumados por los acontecimientos, derrotados por el cansancio; solo los devastadores incendios veraniegos, que este año se han cebado muy especialmente en la Comunidad Valenciana, nos hacen levantar la mirada ante una desgracia que nos conmueve más que las machaconas informaciones sobre el máster del presidente del PP, Pablo Casado, convertido en la noticia del verano junto a la publicidad sobre las buenas relaciones que exhiben en Palma de Mallorca las reinas Letizia y Sofía tras sus sonados desencuentros. Hace dos días, mientras pasaba por mi puerta la imagen de la Virgen de los Remedios, patrona de Alicante, acompañada por cientos de fieles devotos, a mí se me ocurrió publicar en una de las pocas redes sociales que frecuento, una fotografía de una placa madrileña en la que se recuerda que tal día pero hace 79 años, el día 5 de agosto de 1939, ya finalizada la guerra civil, fueron fusiladas trece mujeres de edades comprendidas entre los 18 y los 29 años, la mayoría pertenecientes a las Juventudes Socialistas Unificadas, acusadas de un atentado terrorista que acabó con la vida de un coronel, su hija y su chófer, cuya autoría nunca fue suficientemente aclarada; se las definió con el apelativo de «Las 13 rosas». Y me han llovido las críticas en el dichoso Facebook, que generalmente me proporciona comentarios agradables, aplicándome el calificativo del rencor, sin llegar a entender que no es el rencor lo que me mueve sino mi negativa absoluta a ser víctima de la indiferencia ante la compasión. Creo que la memoria histórica es algo fundamental, que ayuda mediante el recuerdo a no repetir atrocidades. ¿O es rencor ver cada día en la conocida popularmente como la Plaza de las Flores del Mercado Central, hoy bautizada como Plaza del 25 de Mayo, la placa del suelo que nos recuerda la masacre producida por la aviación fascista italiana que produjo más muertes de civiles que en Guernica? ¿Es rencor no olvidar que existió en Alemania el mayor genocida de la historia que acabó con la vida de seis millones de judíos? Son solo dos ejemplos traídos a vuelapluma. Las guerras las conforman siempre dos contendientes, a los que obligatoriamente consideraremos como malos; terminadas las guerras solo existe uno malo, el vencedor, si es capaz de represalias tan bárbaras como las sucedidas en nuestro país. Hoy, por suerte, España es un país en paz que lucha por recuperar derechos, por alcanzar la perseguida igualdad, en un momento político complicado y con muchas asignaturas pendientes que debemos ir aprobando. Pero creo sinceramente que no nos mueve el rencor aunque no se pueda perdonar lo imperdonable. La fatiga de la compasión no puede adueñarse de nuestras mentes ni convertirnos en insensibles seres humanos incapaces de reaccionar ante situaciones injustas.

La Perla. «Los elementos que más contribuyen a la felicidad siguen siendo los que llevan siglos en boca de los sabios: la gratitud, el perdón, la compasión, saber disfrutar de las cosas pequeñas que nos acompañan a diario y tener una red de afectos no necesariamente amplia pero sí sólida» (Elsa Punset, del libro Una mochila para el universo)

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