Marte siempre ha excitado mi imaginación desde que de niño leía un libro de astronomía donde aparecía en una lámina grande y pintado de un color rojo que es debido al polvo de óxido de hierro que lo recubre. También me fascinaban sus enormes cicatrices que el astrónomo Schiaparelli confundió allá por 1870 con «canales». Tienen que reconocer que son poderosas razones para que un niño imagine hombrecillos verdes o para que ya adulto se divierta con la parodia surrealista Mars attacks de Tim Burton. Porque también confieso que considero excesiva soberbia pretender que somos los únicos seres vivos de un Universo con miles de millones de estrellas y aún muchos más miles de millones de planetas. No digo que sea bueno o malo pues recuerdo la advertencia de Stephen Hawkins de que si hay extraterrestres por ahí es mejor que no nos descubran porque «podrían estar hambrientos», y ese es un pensamiento preocupante. Solo digo que me cuesta mucho creer que no haya otra vida (¿inteligente?) a pesar de «la paradoja de Fermi» que se pregunta por qué no hemos logrado aún contactar con ellos y con ellas, o ellas y ellos con nosotros y con nosotras, como diría nuestra inefable vicepresidente Carmen Calvo con su abrumadora incorrección gramatical.

Y estos días Marte ha estado de moda porque se ha dado una vuelta por el vecindario, su mayor proximidad en 15 años, y eso le ha traído a escasos 35,8 millones de millas de la Tierra, una nimiedad astronómica, desde donde se nos ha mostrado brillante junto a «la luna de sangre». Sabemos mucho de Marte. Pero no todo. Sabemos que su diámetro es la mitad del nuestro y que allí seríamos campeones de salto de altura sin necesidad de pértiga porque su gravedad es solo un tercio de la nuestra. Sabemos que su atmósfera es muy fina, casi inexistente, pero capaz de provocar tormentas de arena; sabemos que su año dura 687 días terrestres (todos tendríamos allí la mitad de años que aquí); sabemos que hace un frío pelón porque sus temperaturas oscilan entre los 60 y los 125 grados negativos; sabemos que su monte más alto, el Olympus, es más del doble que el Everest y que su valle más largo, el Marinaris (3.000 kilómetros de largo y 5 de profundidad) deja chico a nuestro maravilloso Cañón del Colorado. Todo eso lo sabemos. Lo que ignoramos es lo que ocurrió para que Marte perdiera un día los océanos que cubrían buena parte de su superficie, perdiera los ríos que cavaron esos «canales» y perdiera también su atmósfera, quedando en la roca pelada que hoy es aunque todavía conserve un casquete helado en su Polo Sur.

¿Desapareció entonces todo posible rastro de vida en el Planeta Rojo o se refugió bajo tierra (en este caso bajo marte)? Se han hecho allí casi 50 expediciones con diferentes objetivos como las de los robots Viking que analizaron muestras de su suelo rocoso y polvoriento, y ahora China prepara otra misión para el año próximo.

Coincidiendo con su garbeo por nuestras proximidades se ha hecho público el descubrimiento bajo el Polo Sur de lo que puede ser un lago subterráneo de 15 kilómetros de largo donde podría haber agua en estado líquido a pesar de las bajas temperaturas. Ese estado líquido podría deberse a su salinidad, aunque todavía no es seguro que haya agua porque el sonar puede confundirla con una formación de rocas porosas. Si hubiera agua salada cabría la posibilidad de que en ella hubiera vida microbiana o de otro tipo, pero eso solo lo sabremos yendo un día allí con mucho cuidado para no contaminar nada con nuestros propios microbios. Los astrobiologistas son profesionales que hasta la fecha da la impresión de que tienen poco trabajo porque, ficciones aparte, la única vida conocida está en la Tierra. No hay más, al menos por ahora. Algunos de ellos creen que la vida en la Tierra se originó en Marte y llegó aquí a lomos de asteroides. No sería imposible pues el espacio está repleto de restos de estrellas y planetas que se desplazan a enormes velocidades y tienen muchas posibilidades de acabar estrellándose sobre otros planetas. Algunos llevan agua en estado sólido como los cometas, o restos... de lo que sea. Estos astrofísicos se basan en un microbio fosilizado que quieren ver en un meteorito que nos llegó desde Marte. Pero la prueba no es concluyente y muchos científicos la rechazan.

Hielo y agua hay en otros lugares del sistema solar como en Europa (luna de Júpiter) que lanza gigantescas plumas de agua al espacio, o en Enceladus, que es una luna de Saturno. Otra de sus lunas, Titán, tiene lagos de metano también susceptibles de albergar vida... De forma que aún nos queda mucho por saber. Quizás la vida, en forma microscópica y elemental, se haya refugiado en masas de agua que se hallan protegidas bajo superficies que se han helado por climas hostiles... como el de Marte. O no.

Por eso sigo con atención noticias como la del envío por la NASA de la sonda Parker para estudiar las tormentas solares que interfieren en nuestras comunicaciones. Con una poderosa coraza de carbono, se colocará a solo 6 millones de kilómetros del Sol (que dista 150 millones de kilómetros de la Tierra). Cada día entendemos un poquito más el Universo aunque aún sea mucho lo que ignoramos. Lo que me cuesta mucho creer es que nuestra humilde Tierra albergue la única vida existente.