—Estoy leyendo un libro que se llama "La honestidad y otros valores".

—Qué bueno, ¿dónde lo compraste?

—Lo robé en un stand de la feria del libro.

Lo recuerdo porque el hombre que debería simbolizar la honestidad de este país es mentiroso y farsante, y no ha necesitado leer "La honestidad y otros valores".

Como si no bastaran los reveladores audios, Gonzalo Chávarry, el fiscal de la Nación, hace méritos para ser deshonesto todos los días. Por ejemplo, cuando ya se habían revelado algunas de sus mentiras, estallaron dos mochilas explosivas en la clínica Ricardo Palma.

De inmediato, el doctor Chávarry aseguró que se trata de un atentado terrorista. A solamente una hora de producido, y sin disponer de los informes policiales todavía, ¿cómo lo supo?

En realidad, no lo supo ni se le ocurrió de repente. Se trata más bien de una maniobra de distracción que usa al igual que sus amigos, mentores y protectores. El doctor Chávarry tuvo la brillante idea de "terruquear" un rato para lograr que la mayor revelación de fraude de este siglo y el consecuente señalamiento de corruptos quedaran ocultos bajo el humo de la dinamita.

La crisis de esta hora no la encabezan tan solo algunos magistrados corruptos. Al lado de ellos, todos los expresidentes tienen alguna investigación penal y, por su parte, la mayor fuerza del Congreso está constituida por saqueadores, falsificadores e ignorantes. El sistema neoliberal impuesto a sangre y fuego por Fujimori ha colapsado.

Terruquear es un ardid que vienen usando los mentores del doctor Chávarry en el Congreso. Olvidando -u obviando- el hecho de que Fujimori es un terrorista de Estado, llaman así a quienes, desde el otro lado, participaron en la guerra interna del siglo pasado.

Recordemos que Abimael Guzmán fue capturado en 1992 y sus seguidores fueron definitivamente derrotados en esos años. Por otro lado, Víctor Polay y el movimiento revolucionario Túpac Amaru, aparte de ser vencidos, reconocieron sus culpas y disolvieron su organización a comienzos de los años 90´. Todo eso pertenece al siglo pasado.

Después de haber cumplido sus condenas, han salido o saldrán ciudadanos que las más de las veces estuvieron como sepultados vivos. Se les debería permitir la reinserción en la sociedad e incluso su participación en el sistema político democrático. En vez de ello, los mentores de Chávarry demandan que el Gobierno rompa con la legalidad y los entierre. O que destruya las tumbas de los sublevados.

En otro momento, aprueban una ley de Muerte Civil para quienes ya cumplieron su pena. Es decir, hacen leyes retroactivas y perpetran la condena después de la condena. La perversidad no tiene fin. Tampoco lo tiene la estupidez de quienes pelean hasta que su contendor haya sido exterminado. Así no se pasa a la historia.

La perversidad es su método para hacer frente a la espantable crisis en que los saqueadores del poder pierden sus máscaras y los peruanos descubrimos que hemos estado gobernados por pandillas.

¿Va a terminar todo esto con las mentiras de Chávarry? No. Lo que el Perú demanda es construir una nueva república y volver a la Constitución después de haber sufrido el peso del acta con que Fujimori disfrazó nuestra Carta Magna. Si no hay un cambio de esta naturaleza, todo pasará en vano y, dentro de algún tiempo, Chávarry y sus mentores volverán a solazarse leyendo "La honestidad y otros valores".