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Rogelio Fenoll

El calentón

Alejandro Morant tiene una opinión personal sobre la inmigración procedente de África. Es la opinión que le viene un domingo por la mañana cuando sufre un calentón ante el Facebook, no la de un día cualquiera como vicepresidente de la Diputación. Su opinión es solo suya, aunque cree que la comparte una mayoría aplastante de españoles, el 80% asegura, entre los que por lógica matemática debe haber muchos militantes y votantes del PP, pero nunca lo dice en el ejercicio de su cargo, pues se muerde la lengua todos los días. Su jefe César Sánchez, por no tener, no tiene opinión, ni personal ni de otro tipo, sobre las opiniones xenófobas de su vicepresidente. Debe ser traumático dedicarse a la política y no poder decir lo que piensas, vivir oprimido por el traje de la correción política -¡cuánto le gusta a cierta derecha considerarse incorrecta!-. Pero el derecho a la libertad de expresión de Morant -que no lo ejerció otros veranos ante las llegadas masivas de inmigrantes cuando gobernaba Rajoy- ha sido cercenado por una «manada de horcos» (sic), que se han cebado cruelmente con un visionario de las siete plagas que traen los inmigrantes, incluidas la de los privilegios y la conversión al islam. Lo de identificar a los críticos, a los rojos y a la izquierda en general con los orcos, los feos, va en el adn de cierta derechona, y casa muy bien con el racismo y la aporofobia. Viven los casadistas días de liberación personal y si el jefe se calienta no a van ser ellos menos. Despojados del centrismo que trataba de imponer Mariano, aplastada su lugarteniente, y con un líder que no tiene empacho en dar la mano a unos inmigrantes en un puerto horas después de clamar que millones aguardan el momento de entrar en España, pero que no hay papeles para ellos, es el momento de hablar sin complejos. Lo del iceberg ya es metáfora vieja, ahora el deshielo casadista eleva la marea xenófoba en la derecha española.

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