ras la victoria de Pablo Casado a la Presidencia del Partido Popular, mucho se habló de las razones internas que le llevaron a derrotar a Sáenz de Santamaría. Sin embargo, creo que se pasaron por alto otras razones de tipo externo que le empujaron también al triunfo, y que como estamos viendo estos días, están jugando y van a desempeñar un papel esencial en la estrategia del nuevo PP dirigido por Casado.

Para unos, Santamaría se habría ganado a pulso una legión de enemigos desde el enorme poder que acumuló a la sombra de Mariano Rajoy, mientras se desentendía una y otra vez de los numerosos problemas del PP, especialmente de la corrupción. Para otros, lo que en realidad se sustanció en las pasadas primarias del Partido Popular ha sido una censura a las políticas y las maneras de Rajoy, a quien no se le perdona que entregara el Gobierno a los socialistas. Sin olvidar aquellos que ven en Casado la sombra de Aznar y una vuelta a los postulados más derechistas que defiende el expresidente del Gobierno. Sin embargo, no he escuchado otra variable, a mi juicio trascendental, para entender lo ocurrido e interpretar las atribuladas declaraciones que Casado viene haciendo en sus pocas semanas de presidente del PP. Me refiero a la profunda involución política y al avance de las ideas ultraderechistas que en Europa están prendiendo como la pólvora de la mano de posiciones que, en algunos casos, conectan con un populismo neofascista renovado.

Tengo la impresión de que Casado, junto a su círculo ideológico y político más cercano, consideran que los valores de la derecha europea están basculando hacia posiciones cada vez más radicales, utilizando un par de elementos básicos que agitados de manera espuria y demagógica, pueden servir para conectar con sectores castigados por la pésima gestión que se ha hecho de la crisis económica, causante de un gran malestar social, que ven cómo el proyecto europeo no da respuesta a sus necesidades, al sufrir en sus carnes años de políticas fracasadas de austeridad. Me refiero esencialmente a los mensajes contra la inmigración y los inmigrantes, a la amenaza de un falso peligro de invasión a la patria y a la apelación a un ultranacionalismo etnocentrista, como valores fundamentales a proteger y con los que tratan de explicar el descontento social de buena parte de la sociedad europea.

Si se dan cuenta, los mensajes atropellados que Pablo Casado ha lanzado en estos días han incorporado, de una u otra manera, estos elementos que son, a su vez, los que están utilizando los partidos neofascistas de nuevo cuño que han llegado a los gobiernos en distintos países europeos. Desde el ultraderechista Matteo Salvini, de la Liga Norte en Italia, hasta el autoritario Viktor Orbán con su Fidesz - Unión Cívica Húngara, pasando por el Partido Popular Austriaco (OVP) que gobierna en coalición con el Partido de la Libertad de Austria (FPO), abiertamente cercano a postulados neofascistas, que se ha hecho nada menos que con las carteras de Exteriores, Defensa e Interior, sin olvidar a otros partidos de la nueva extrema derecha radical que han crecido en Europa, como el Frente Nacional en Francia, el Partido por la Libertad de Holanda, Alternativa por Alemania, Amanecer Dorado en Grecia, o el partido Ley y Justicia que gobierna en Polonia al margen de los principios democráticos básicos, como ha destacado la UE. Esta es la nueva ola política que está creciendo en Europa y a la que Casado y el Partido Popular en España quieren aproximarse, imitando mensajes, políticas y promesas.

De esta manera, Pablo Casado está empleando a fondo los ingredientes básicos que la extrema derecha europea ha puesto sobre la mesa con éxito, a través de un discurso «ultra» que explota miedos, alimenta odios, identifica enemigos y promete recetas sencillas a problemas extraordinariamente complejos. Es el discurso populista y xenófobo que ha funcionado en determinados momentos de la historia y que ahora parece cautivar a amplios sectores europeos que viven cada vez peor. Y sin dudarlo, el nuevo PP de Casado parece querer reforzar el patriotismo mediante mitos identitarios (el peligro catalán), identificando enemigos cómodos (los inmigrantes que nos invaden) y proporcionando fórmulas mágicas (bajadas de impuestos, cierres de fronteras, expulsión de inmigrantes y gastar menos).

Por si fuera poco, todo ello se hace sin importar difundir falsedades o reclamar medidas que el propio PP ha rechazado. Casado acusa, falsamente, al presidente Pedro Sánchez de fotografiarse en València con los inmigrantes del Aquarius el mismo día en que se va a Algeciras para fotografiarse con inmigrantes; critica al PSOE por ser el culpable del aumento de las migraciones cuando crecieron de manera verdaderamente importante en el pasado año 2017 durante el Gobierno de Rajoy; pide aumentar la cooperación con los países africanos el dirigente del partido cuyo Gobierno protagonizó el mayor recorte en la historia de la cooperación española, llevándola a los niveles más bajos del mundo.

Es cierto que es pronto para hacer afirmaciones categóricas, pero todo indica que Pablo Casado y su nuevo PP afrontan el dilema de situar a este partido junto a las fuerzas de la nueva derecha radical europea. Ojalá me equivoque.