Estos días se está hablando de la posible implantación de una nueva facultad de Medicina en Alicante. Es sabido que ya tenemos en la provincia la titulación de Medicina adscrita a la Universidad Miguel Hernández, de Elche, con centros en lugares tan próximos a la capital como el Hospital de San Juan. Proyecto del actual rector de esta Universidad, la nueva titulación ha sido aprobada por la ANECA, y a Manuel Palomar le ha faltado tiempo para decir que ahora nadie se atreverá a negarle Medicina a la Universidad de Alicante. Para que se entienda, esta agencia se encarga de vigilar los procesos de las universidades en cuanto a acreditación de profesorado, procedencia y calidad de titulaciones, y otras. Su aprobación no es más que reconocer el cumplimiento de una serie de cuestiones administrativas. No entra en la pertinencia de las decisiones propuestas.

Ya hace años que la Universidad española adoptó el modelo de centros al menos en cada una de las capitales y otras grandes ciudades españolas. La potencia de la política autonómica y local ha conseguido crear una necesidad artificial a la opinión pública, la de «¿por qué nosotros no nos merecemos una Universidad como la ciudad de al lado?». Es un modelo que tiene la ventaja de facilitar, junto a su domicilio, trabajo a los docentes locales y a los aspirantes, a la vez que ofrece proximidad a los estudiantes. En su contra, da lugar a menor nivel del profesorado y de los medios materiales de la educación, como laboratorios o facilidad de prácticas, por ejemplo. La escasa relevancia de la Universidad española en los rankings internacionales tiene seguramente en este modelo una de sus causas. La muchas veces insuficiente capacitación de los egresados podría ser otra.

Si buscamos entre las naciones que tienen sistemas universitarios mejor valorados que el nuestro, por ejemplo, el del Reino Unido, encontramos criterios opuestos. La ventanilla única UCAS, que se ocupa en ese Estado de la gestión completa del acceso a la Universidad de los estudiantes, no tiene como criterio para la adjudicación de centro universitario la cercanía al domicilio del solicitante. La idea es que el traslado del estudiante fuera de su casa, a una ciudad diferente de la suya, tiene un efecto muy positivo. El desplazamiento del estudiante a otra ciudad facilita una cuestión fundamental: que el acceso a la Universidad suponga un auténtico cambio de vida, por el que los jóvenes dejan la comodidad de la casa y el cuidado de sus padres para entrar en la crucial etapa de crear su vida propia, empezando por obtener la preparación necesaria para podérsela ganar. En el Reino Unido las universidades tienen una mayor entidad, consiguen una buena selección de profesores y la calidad de la docencia no deja de crecer. Como consecuencia, los estudiantes consiguen una empleabilidad mejor. Para resolver el aspecto económico, la solución es sencilla: más becas de desplazamiento para estudiantes. Sale infinitamente más barato que crear nuevas universidades.

Si ya es malo que en España tenemos el modelo opuesto, lo de una nueva titulación de Medicina en Alicante disponiendo ya de una facultad a 20 kilómetros, es sencillamente inconcebible. Económicamente, un dislate, por el enorme coste de esta nueva estructura. Operativamente, injustificable. Los docentes, sobre todo los de niveles superiores, habría que compartirlos con los de la Miguel Hernández, y en el peor de los casos, improvisarlos o inventarlos. Es el «divide et impera» de Julio César.

¿A quién sirve realmente este invento? Si lo pensamos despacio, únicamente a la mayor gloria de los promotores de la idea, y materialmente al grupo de posibles beneficiarios, los candidatos a empleados de la nueva estructura, y demás acoplados.

Otra de las visiones que se pueden dar a este asunto es la relación entre las ciudades de Elche y Alicante. Las segunda y tercera en número de habitantes de la Comunidad Valenciana, situadas a 15 minutos de coche y viviendo de espaldas. Lamentable. ¿Qué fue de aquella iniciativa llamada Triángulo Alicante-Elche-Santa Pola? Hace falta política de altas miras, dejando aparte el populismo cortoplacista y localista. ¿O es que alguien duda de la potencia y la capacidad para generar bienestar de un área metropolitana de un millón de personas? Lo que es bueno para Elche debería ser bueno para Alicante, y viceversa. ¿No es al contrario ahora en demasiadas ocasiones?

Otra cuestión a resolver en la Universidad española es la gobernanza. El día que la Universidad española se empiece a regir por el principio del servicio a la sociedad, esto es, a los estudiantes y a las estructuras económicas y sociales, y deje de ser una especie de cooperativa montada para asegurar la carrera a los dirigentes y prebostes allí instalados, se empezará a transitar por el buen camino.