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El país que nos ha tocado

Una monarquía reinstaurada por un militar golpista y sanguinario y cuya contribución a la democracia se ha visto últimamente empañada por los rumores sobre cobros de millonarias comisiones y evasión de impuestos.

Un Partido Socialista de ideología republicana, pero que se niega a publicar la lista de defraudadores a Hacienda por el miedo a que se tambalee de paso la frágil estructura monárquica.

Un Partido Popular al que le cuesta dejar atrás el franquismo, que llama "regenerarse" a rejuvenecer a su dirección, por cierto ahora todavía más radicalizada, y se dice orgulloso de su historia, sin reconocer su pesado lastre de manipulación y corrupción.

Un partido mucho más joven, de ideología liberal en lo económico - reducción del papel del Estado, bajada de impuestos y privatizaciones-, y que compite con aquél en un frente común anti-independentista.

Unas nuevas formaciones de izquierda surgidas de la indignación de muchos con el bipartidismo y el statu quo, pero siempre proclives al narcicismo de las pequeñas diferencias y a las que los árboles ideológicos no dejan muchas veces ver el bosque.

Unos partidos autonómicos que, como sucede en Cataluña, se han pasado insolidariamente al independentismo, se niegan a reconocer al Estado común del que forman parte y, tras liarse la manta a la cabeza, reclaman con un empecinamiento digno de mejor causa república propia.

Una Iglesia católica apostólica y romana incapaz de renunciar a sus prebendas y numerosos privilegios, consolidados durante el franquismo al que sirvió su jerarquía, y que sigue empeñada en colonizar las mentes desde la escuela.

Una justicia cuyas decisiones en muchas materias, desde la llamada violencia machista hasta la libertad de opinión, nos producen estupefacción o son con harta frecuencia piedra de escándalo.

Una clase empresarial que tantas veces peca de egoísmo, atenta sólo a sus propios intereses y miope frente a las consecuencias sociales del creciente precariado y el aumento de la desigualdad.

Y en medio de todo, un pueblo muchas veces generoso y solidario y otras, pasivo y apático, que ha soportado demasiado tiempo la corrupción y no ha sabido siempre apreciar valores tan fundamentales en democracia como la capacidad para el diálogo y el compromiso. Es el país que nos ha tocado.

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