Cierran la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Universitario de San Juan, Alicante, durante el mes de agosto. Otro año más, la lucha de asociaciones como ADABE (Elche) o ACABA (Alicante) no ha servido para nada. Tampoco el esfuerzo de la psiquiatra y de la psicóloga responsables de la unidad. Seis camas, una psicóloga y una psiquiatra para toda la provincia de Alicante. Y dando gracias. Pues han sido numerosas las veces que han querido cerrarla. Los meses de agosto nos vamos de «vacaciones». Nos echan, básicamente. No hay espacio para la salud mental. Esté el partido que sea en el Congreso. La Conselleria no invierte ni un céntimo más en Salud Mental.

Somos el país de Europa con mayor porcentaje en el consumo de antidepresivos y benzodiacepinas. Los médicos no tienen tiempo. No hay psicólogos suficientes. Mejor tómate una pastillita. Come bien y que te dé el sol. 10 minutos por paciente.

Hablar. Necesitamos hablar. Ser escuchados, atendidos, apoyados. Somos pacientes de la sanidad pública pero nuestras enfermedades son secundarias. Eres loco porque quieres, ¿no? ¿Yo estoy loca? ¿Yo he elegido esto? Les aseguro que no.

Mi hermana cursa el primer año de la Residencia de Ginecología. Es médico y es feliz. Mis padres son profesores, nos han dedicado todo el tiempo del mundo, se quieren y se respetan. No he sufrido maltratos ni abusos. Quizás sí una continua exigencia y presión sociales. Quizás sí un mensaje machista y un ideal de mujer irreal que me ha llevado al pozo más oscuro y profundo.

Mi nombre es Andrea. Tengo 26 años. Soy mujer ante todo. Y tengo Anorexia Nerviosa desde los 16 años. Tengo una enfermedad mental y no me avergüenzo de ello. Ya no. Hoy no.

Estudio. Trabajo. Nunca he dejado de hacerlo. Un doble Grado, dos másteres, idiomas, intercambios, trabajos de camarera, de niñera, de vendedora, de periodista, de comunicadora. En Madrid, en Francia, en Suiza, en Inglaterra. Soy hija y hermana, estudiante, trabajadora, soy española y alicantina. Y tengo Anorexia. No soy Anoréxica.

Ingresé por primera vez en la Unidad de Trastornos Alimentarios del Hospital Universitario de San Juan a los 23 años. Me «recuperé» un poco, lo mínimo necesario para salir del hospital y seguir con una «vida normal». Estaba mejor físicamente, pero no mentalmente. A los seis meses ya estaba en infra-peso de nuevo. Pero todo estaba «bien». Me fui a Madrid, trabajé, acabé la carrera, todo normal. O no tan normal. Me moría de hambre sola. Cada vez más sola.

Los Trastornos Alimentarios son enfermedades mentales. Necesitamos ayuda, especialistas, psicólogos, médicos, psiquiatras, nutricionistas, para empezar a ver algo de luz en el pozo en el que te has metido.

Que, ¿por qué? Pues no lo sé todavía. Ni lo sabré nunca. A mí la metáfora de la sopa siempre me ha servido. En una olla se meten mucho ingredientes, en cantidades distintas, y aparece una enfermedad mental. A unos les da por el alcohol, por la droga, a otros por la comida. Porque los Trastornos Alimentarios son adicciones. Y también depresiones. Y tardan mucho en curarse, quizás toda una vida.

Hace diez años no habían campañas de concienciación contra estas enfermedades. Hoy empieza a haberlas. ¿Es demasiado tarde para mí, entonces?

No, yo no lo creo. Me ha costado mucho reconocer que tenía este problema. Cuesta mucho empezar a confiar en los profesionales. Y cuando empiezas a hacerlo ya has llegado a ese «peso» en el que supuestamente estás fuera de peligro. Y puedes salir del Hospital.

El peso, la comida, lectores y lectoras, son la punta del iceberg del problema. De nada sirve que te recuperes físicamente si no trabajas la cabeza. Y para trabajar la cabeza necesitas ayuda. Necesitas que te dediquen tiempo. Necesitas recuperar las ganas de vivir. Porque, lectores y lectoras, esto es un suicidio lento.

He estado a punto de morir en cuatro ocasiones. Mi corazón podría haberse parado. Pum. Fin. Pero sigo luchando. No he perdido la esperanza. Y me da rabia. Estoy enfadada. Porque no estoy bien y me tengo que ir del único sitio en el que pueden ayudarme mínimamente.

Cierran por vacaciones una unidad hospitalaria. Y los pacientes se van a sus casas. Porque como lo suyo es la comida, no pasa nada.

Los Trastornos Alimentarios son las enfermedades mentales con el mayor porcentaje de suicidios. Las «pastillitas» pueden calmarte, estabilizarte, pero no te curan. El cerebro es la parte más desconocida del ser humano.

¿Cómo una persona puede dejar de comer hasta morir? ¿O vomitar hasta morir? ¿O comer hasta morir? Y digo persona porque en este recorrido que llevo he visto a hombre y mujeres. Y a niñas, muy pequeñas, cada vez más pequeñas. Al borde de la muerte.

Y lo único que necesitamos es hablar. Ser escuchados como pacientes y personas. Una provincia como es Alicante no puede tener sólo seis camas de ingreso hospitalario para estas enfermedades. Y por supuesto que no deben cerrar en agosto.

¿Acaso cierran cardiología en algún momento del año? Por favor, un ser humano con bradicardia de 13 y un IMC inferior a 16 no puede vivir.

Y estamos en el año 2018. Ya se ha investigado mucho sobre esto. No lo suficiente, está claro. Pero a mí, personalmente, lo que más me ha ayudado, tanto en los tratamientos públicos y privados, es que hablaran conmigo. Que una persona me comprendiera y pusiera la mano sobre la mía y me dijera: vas a salir de esta, estoy aquí, cuenta conmigo.

Después de casi cuatro años de tratamiento sé que el peso es un parámetro más en esta enfermedad. Hay pacientes con normopeso que no reciben ayuda. Yo tardé seis años en recibirla. Ya saben, no pasaba nada, bajar de peso está bien, hacer dietas es bueno, comer a escondidas es normal. Puedes seguir viviendo en la mierda. Porque no hay médicos. No hay suficientes psicólogos en la sanidad pública. Ellos y ellas hacen lo que pueden con el tiempo del que disponen.

Me he conformado durante mucho tiempo pero ya estoy cansada. Porque si no pagas no hay tratamiento para las enfermedades mentales. Mi familia se gastó los ahorros de una vida para ayudarme con un tratamiento privado. Subvencionado con el seguro escolar, eso sí. De 6.000 euros pasaban a ser 1.500 euros. Qué chollo, ¿verdad?

En seis meses no se cura un Trastorno Alimentario, lectores y lectoras. Y mis padres no podían pagar más. La duración media de un tratamiento para este tipo de enfermedades es de cinco años. Multipliquen.

Y yo me siento culpable. Por seguir necesitando ayuda. Y los políticos no se sienten culpables por no poder ayudarnos.

Estoy cansada de sentirme así. De callarme, de conformarme. Porque la enfermedad es mi parte conformista y complaciente. Y yo ya no la escucho. Al menos la mayor parte del tiempo.

Tengo una enfermedad. Y necesito seguir hablando de ello. Necesito seguir siendo escuchada. A pesar de los años. A pesar de recuperar el peso mínimo y necesario. Porque mi parte enferma es más fuerte que yo en muchas ocasiones. Y no puedo frenarla sin ayuda. Confío en que algún día pueda. No pierdo la esperanza. Quiero vivir. Y quiero que nos ayuden. Quiero que la salud mental sea considerada una prioridad en la sanidad pública.

Me ha pasado a mí. Pero le podría haber pasado a usted. A su hijo o a su hija. A su madre o a su padre.

No permitamos que reduzcan todavía más el presupuesto dedicado a los Trastornos Alimentarios. No permitamos que cierren un año más la Unidad del Hospital de San Juan. No permitamos que permanezcan las seis camas. Que se aumenten, por favor. Que se aumenten los psicólogos. Los hay. Hay muchos y muy bien preparados. Pero no hay dinero, ¿verdad?

Dejemos de tratar la salud mental como un tema tabú. Hablemos de ellos. Hablen con nosotr@s. Escúchennos.